lunes, 17 de septiembre de 2007

El uso ideológico de los conceptos

Con alguna frecuencia, dependiendo del origen ideológico del transmisor, lo que teóricamente debe ser rechazado, en la práctica se convierte en una necesidad. Este fenómeno, ni es desconocido ni es reciente: es la metodología esquizofrénica que utilizan las ideologías cerradas para conseguir sus objetivos, que siempre están por encima de cualquier consideración moral.

Cuando la ideología contraria, porque siempre se actúa en clave de pensamiento bipolar, sostiene determinado programa o línea de acción política, la izquierda radicalizada se ve en la perentoria necesidad de defender la tesis contraria. Ahora bien, si es ella quien gobierna, existe una sospechosa varita mágica que convierte todo, todo lo que hace en algo por principio benefactor para la sociedad. Si se ejerce la tiranía, resulta que como se hace por el bien de los pobres, sea bienvenida, eso sí con otra denominación; si se trata de comprar armas, será por el bien de los pueblos y por la seguridad necesaria para preservar la paz; si se trata de utilizar el poder para perjudicar a los que no son de la cuerda, es para cumplir el programa electoral...

Es decir, la izquierda radical sigue gozando de esa patente de corso que le permite vivir en el limbo de la irresponsabilidad, quizás por la benevolencia de no pocos intelectuales que son incapaces de desprenderse de prejuicios y estereotipos de todos conocidos y por el complejo que acompaña a la derecha de pensar que la sensibilidad social, por ejemplo, todavía es patrimonio de la izquierda.

En mi opinión, mientras no pasemos del pensamiento único, cerrado, estático y no compatible de los maniqueísmos al pensamiento abierto, dinámico, plural y complementario en el que, con libertad, se pueda reconocer el acierto de una determinada política o lo atinado, si es el caso, de un proyecto de la oposición, seguiremos estancados en esa idea tan nociva como equivocada de que sólo de la propia formación pueden salir cosas buenas.

Como decía Canalejas, la razón no es de derechas o de izquierdas, es la razón, una facultad humana que debiera utilizarse más para la búsqueda integral del bienestar de los ciudadanos. Para que cale el pensamiento abierto y plural, es menester abandonar el odio, la división y el resentimiento, tantas veces producto de complejos o traumas no superados que aquejan, no sólo a las ideologías, sino también a las personas que tienen lastrada su capacidad de raciocinio por esa hemiplejia moral, expresión que Ortega y Gasset dedicaba a los ismos, a las ideologías cerradas, hoy todavía demasiado presentes entre nosotros.

Jaime Rodríguez-Arana MuñozCatedrático
de Derecho Administrativo Vicepresidente de la Asociación Internacional de Metodología Jurídica
Análisis Digital
11.IX.2007

domingo, 16 de septiembre de 2007

Pilatos y la democracia

Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia

El relato es sencillo, conmovedor y maravilloso. Pertenece al capítulo XVIII del Evangelio de san Juan. De la casa de Caifás, es conducido Jesús al pretorio, ante Poncio Pilatos, quien, al no ver culpa en Él, pretende que sea juzgado según la ley de los judíos. Y se produce una memorable conversación entre Jesús y el poderoso gobernador romano. En ella, el Maestro afirma que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo, y luego declara que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Entonces el gobernador romano pregunta: ¿qué es la verdad? Después apela al pueblo, y lo entrega para que lo crucifiquen después de lavarse, escépticamente, las manos.

La tesis de que la democracia se fundamenta en el relativismo moral es antigua. Al menos, se encuentra ya en el sofista Protágoras. Desde entonces ha reaparecido una y otra vez en el pensamiento occidental, hasta casi prevalecer en nuestros días. El gran jurista, pero pésimo pensador, Hans Kelsen, ha sido uno de sus más tenaces defensores. En su Esencia y valor de la democracia, comentando el inmortal pasaje, afirma que el plebiscito popular fue contrario a Jesús. Y concluye: «Quizás se objetará, objetarán los creyentes, los políticamente creyentes, que precisamente este ejemplo habla antes contra la democracia que a su favor. Y hay que admitir ese reproche; pero sólo bajo una condición: que los creyentes estén tan seguros de su verdad política —que llegado el caso también debe imponerse con la fuerza de la sangre— como lo estaba de la suya el Hijo de Dios». Difícil es equivocarse de manera más descomunal. El pasaje no habla de la democracia, sino de la verdad. Los creyentes, al menos los cristianos, no están seguros de su verdad política, sino de su verdad religiosa y moral. También se equivoca Kelsen al afirmar que Pilatos, como romano, estaba acostumbrado a pensar democráticamente, y que, por eso, apeló al pueblo. Ni Roma era ya una democracia, ni la apelación a los judíos era un plebiscito democrático. Lo que hace Pilatos es escudarse en el relativismo moral para quitarse problemas de encima y permitir la condena de Jesús. Lo que condena a Cristo no es la democracia sino, más bien, el relativismo moral. Acaso esto mismo ya prueba que no se trata de la misma cosa, ni de que uno sirva de fundamento a la otra. Por lo demás, Kelsen se refiere a Pilatos como a un hombre «de una cultura vieja, agotada, y por esto escéptica». El escepticismo es algo propio de una cultura decadente. También había afirmado un poco antes que «la democracia aprecia por igual la voluntad política de todos, como también respeta por igual todo credo político, toda opinión política, cuya expresión es la voluntad política». No; la democracia no respeta por igual todas las opiniones políticas, porque ella misma es una opinión política junto a otras, aunque más conforme a la dignidad y libertad humanas.

La raíz de su error se encuentra en la pretensión de que la democracia se fundamente en el relativismo moral. Si así fuera, carecería de fundamento consistente. Si la democracia encarna y asume valores, no puede fundamentarse en la inexistencia de valores. Un gran filósofo, Hegel, también se había referido, mucho más certeramente, al memorable pasaje evangélico en su Lógica. Al preguntar ¿qué es la verdad?, Pilatos lo hace como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe que no hay conocimiento de la verdad. «Y así, este abandono de la indagación de la verdad que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza. Pero pronto se ha visto a la indiferencia moral religiosa, seguida de cerca de un modo de conocer superficial y vulgar, que se arroga el nombre de conocimiento explicativo, reconocer, francamente y sin emoción, esa impotencia y cifrar su orgullo en el olvido completo de los intereses más elevados del espíritu». Nada es más falso que esa idea que pretende que nada podemos saber de lo eterno y absoluto. La dignidad del hombre radica en sentirse capaz de alcanzar las altas verdades. «La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad». ¿Qué es la verdad? Algo que puede ser alcanzado por la razón humana, si acierta a liberarse de la pereza y el prejuicio.

Ni la democracia se fundamenta en el relativismo moral, ni puede ella por sí misma determinar lo que es verdadero o falso. No hay estupidez comparable a la pretensión de excluir de la democracia a quienes pretenden conocer la verdad. Como si la democracia fuera un procedimiento para establecer verdades en el que la condición de la admisión fuera el reconocimiento de carecer de la verdad. Si nada es verdadero o falso en el orden moral, entonces no hay ninguna razón para oponerse a la condena de un inocente. Pero si la condena de un inocente es un mal absoluto, entonces no es lícito condenar a un inocente. Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia.

Ignacio Sánchez-CámaraCatedrático de Filosofía del Derecho.Periodista y analista político y cultural
La Gazeta de los Negocios
6.VIII.2007

lunes, 10 de septiembre de 2007

De Estado aconfesional a laico

La actitud del Gobierno con la Iglesia es más de laicismo que de aconfesionalidad

«Laico» es el término que los miembros del Ejecutivo suelen utilizar para indicar la posición del Gobierno con respecto a la Iglesia: nuestro país es un país laico. En cambio, es excepcional que mencionen la aconfesionalidad, que es el que figura en nuestra Constitución. Más de uno se habrá preguntado por qué esta preferencia de los términos laico y laicismo frente a aconfesionalidad. Yo me lo he preguntado y me he hecho las consideraciones que expongo a continuación.

Un término puede ser preferido a otro por alguna de estas cuatro razones: porque etimológicamente es el más apropiado, porque está de moda, porque es el utilizado en otros países, o porque tiene algún matiz que no existe en la expresión equivalente; matiz que, por otra parte, se quiere resaltar.

Etimológicamente, designar como laico a un Estado es poco afortunado. Laico es la expresión que se utiliza para referirse a los individuos que no han recibido las órdenes religiosas. Así se les distingue de los clérigos que sí las han recibido. Como es natural, el Estado no es persona y no se puede «ordenar», por lo que llamarle laico no tiene ningún sentido. La segunda razón parece de escaso peso, más bien está sucediendo lo contrario: el Gobierno es el que la pone de moda. La tercera y cuarta razón son las de más peso. Veamos. El término laicidad fue acuñado en Francia: allí la Constitución de la IV República se autodefinía como laica, definición que fue asumida por la Constitución de la V República, en 1958. En fin, me parece evidente que el término laicismo expresa algún matiz que se quiera resaltar. Volviendo otra vez a Francia, nuestro país vecino del que tanto copiamos, de allí no sólo se ha tomado el término, sino también su contenido.

En una Carta pastoral de 12 de noviembre de 1945, la Conferencia Episcopal francesa distinguía cuatro acepciones de laicidad: laicidad como autonomía del Estado en el orden temporal; laicidad respetuosamente neutral, en cuanto que el Estado permite que cada ciudadano practique libremente su religión; laicismo agnóstico y hostil, que quiere imponer su concepción materialista y atea de la vida, tanto a sus funcionarios, como en las escuelas del Estado y aun a la nación entera; y, finalmente, laicismo indiferente. Según esta última acepción, el Estado no se somete a ninguna ley moral superior, sino que reconoce como norma de acción la que es adecuada a sus intereses. En el citado documento se decía que las dos primeras acepciones estaban en perfecta conformidad con la doctrina de la Iglesia, mientras que las dos últimas eran inadmisibles.

La Constitución española, que se refiere no a la laicidad del país sino a la aconfesionalidad, parece estar en concordancia con las dos primeras acepciones porque dice: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones». Ahora bien, si se tienen en cuenta las relaciones del actual Gobierno con la Iglesia y las decisiones tomadas y las previstas, parecen estar más en la línea de las dos acepciones que la Conferencia Episcopal francesa consideraba inadmisibles. Como ejemplo voy a citar algunas: ampliación de la ley del aborto; utilización de las células madre embrionarias, con la subsiguiente supresión de vidas humanas; matrimonio entre homosexuales; divorcio exprés; la enseñanza de la religión, además de opcional, no se tendrá en cuenta en la valoración del expediente académico; suprimir las subvenciones a las organizaciones católicas que, por otra parte, están dirigidas al bien común (beneficencia, enseñanza); amenaza con suprimir el dinero que la Iglesia recibe a través de IRPF, etc.

Estas actuaciones del Gobierno han llevado a un hispanista, Stanley Payne, profesor de Historia en Wiconsin (EEUU), a afirmar sin rodeos que Zapatero busca la destrucción de la España católica, para lo cual promueve un laicismo radical, que recuerda la intención del PSOE en la Segunda República.

Estas consideraciones que acabo de exponer me llevan a la conclusión de que, para la concepción del Gobierno socialista sobre las relaciones Iglesia-Estado, la expresión laicismo es mucho más adecuada que la de aconfesionalidad.

La vieja estrategia

Es pura falsedad atribuir a la Iglesia católica española la pretensión de imponer a todos los ciudadanos sus creencias

La estrategia es casi tan vieja como el hombre: lavar la mala conciencia de uno atribuyendo al adversario las propias culpas. En lugar de plantear un auténtico debate entre quienes aspiran a defender la verdad, por cierto todos menos los casi inexistentes genuinos escépticos, se tilda al otro de cometer los propios errores. El anticlericalismo es cosa del pasado; lo de hoy es pues cristofobia, o, quizá más aún, propósito de hacerse con la exclusiva de la verdad, eso sí, laicista y mundana, y falsamente democrática.

El cristianismo no es antimoderno, sino premoderno. Pura cronología. La modernidad, como dijo Ortega y Gasset, es el fruto tardío de la idea de Dios. Por supuesto, del Dios cristiano. Difícilmente puede uno ser hostil a sus propios hijos. Otra cosa es que la modernidad revista dos formas: una correcta y otra extraviada. El cristianismo sólo se opone a esta versión extraviada de la modernidad. Es pura falsedad atribuir a la Iglesia católica española la pretensión de imponer a todos los ciudadanos sus creencias. No encuentro ni un solo texto o declaración episcopal que así lo justifique. Tampoco en la oposición a la asignatura de educación para la ciudadanía. Por lo demás, la oposición a la nueva asignatura obligatoria y forzosa dista de proceder sólo de ámbitos eclesiales, sino que es asumida por la oposición parlamentaria, que alberga casi a la mitad del electorado. Extraña cosa sería considerar fruto del consenso democrático a lo que es repudiado por la mitad, al menos, de los ciudadanos. Quien atribuye a la Iglesia católica española la intención de considerar como modelo a Irán, o miente o está equivocado de manera culpable.

Es imposible atribuir de buena fe a la jerarquía eclesiástica la voluntad de imponer por ley a todos los ciudadanos la educación según la fe católica. Por el contrario, lo que pretende es, invocando la Constitución, preservar el derecho de los padres a elegir la formación religiosa y moral de sus hijos. No se trata de imponer la formación moral y religiosa católica a todos, sino de permitir que la Iglesia proponga libremente su mensaje y pueda enseñarlo a aquellos que lo elijan. Pura cuestión de libertad. Libertad que vulneran quienes quieren imponer el laicismo obligatorio.

Por lo demás, tergiversando el genuino sentido de la democracia, exigen a los demás lo que ellos mismos no asumen. La democracia no excluye de su seno a quienes aspiran a conocer la verdad moral, pues ella no se ocupa de la moral, sino del derecho. Y, por cierto, ningún grupo ni partido político abdica de su pretensión de verdad. Al parecer, sólo se exige este sacrificio a los creyentes católicos. Lo que exige la democracia es la renuncia a imponer las propias convicciones mediante la fuerza de la ley, pero no la renuncia a las propias convicciones. El pacifista no tiene por qué renunciar a sus convicciones porque el Gobierno o la mayoría parlamentaria decidan algo contrario a ellas. Tampoco quien defiende la economía socialista o la escuela única y laicista. ¿Acaso sólo los católicos estarían obligados a semejante renuncia? Al parecer, para los nuevos torquemadas del laicismo totalitario, la verdad es el resultado del consenso al que lleguen quienes renuncien a la verdad.

La falacia de su pretensión se desenmascara en el mismo momento en el que pasan a la oposición. Entonces, la verdad ya no se encuentra en la decisión del Gobierno legítimo ni en la mayoría parlamentaria que lo apoya, sino en su pura ideología totalitaria. Es una estrategia tan antigua como falaz: los enemigos de la libertad se presentan como sus defensores.


Ignacio Sánchez-CámaraCatedrático de Filosofía del Derecho.Periodista
y analista político y cultural
La Gazeta de los Negocios
9.VIII.2007

jueves, 6 de septiembre de 2007

70 aniversario del Gran Terror estalinista

Una nueva visión de la historia rusa presenta a Stalin como un autócrata, que obtuvo éxitos con medidas crueles

Una gran cruz de doce metros fue erigida el 8 de agosto en Butovo, cerca de Moscú, para conmemorar a las víctimas del Gran Terror de Stalin, en el 70 aniversario del comienzo de las purgas. El aniversario coincide con la presentación de una nueva guía de la historia moderna de Rusia, que da una visión de Stalin como un autócrata, con éxitos y errores.

Las conmemoraciones del 70 aniversario han sido ceremonias a pequeña escala, organizadas por grupos religiosos o de defensores de los derechos humanos, sin que el gobierno haya tomado la iniciativa. La cruz fue erigida en Butovo, uno de los más célebres sitios de ejecución de la época, con una ceremonia religiosa de la iglesia ortodoxa, a la que asistieron unos centenares de personas.

Aunque hubo unos 25 millones de víctimas por hambre y represión durante los casi 30 años de la era de Stalin, el apogeo se alcanzó en los años 1937 y 1938, época conocida como el Gran Terror. La represión en masa fue una iniciativa decidida por la más alta instancia del partido comunista, el Buró político, y por Stalin en particular.

El objetivo era eliminar a todos los “elementos socialmente peligrosos”, categoría de contornos difusos. En principio, comprendía a todos los que en el pasado se habían opuesto a los bolcheviques (kulaks, antiguos funcionarios zaristas, ex miembros de los partidos antisoviéticos, sacerdotes, etc.). Después, la represión alcanzó a todo tipo de personas y colectivos de los que se sospechaba que podían oponerse a la línea oficial (miembros del partido, militares, intelectuales y científicos, personas que habían tenido algún contacto con el extranjero...). Incluso cinco miembros del Buró político y 98 de los 139 miembros del Comité central del PC perecieron.

Otro objetivo de las purgas era sustituir a la antigua burocracia civil y militar por otra nueva formada en el espíritu estalinista de los años treinta,

Los sospechosos eran detenidos; su caso era examinado por una troika (formada por el primer secretario del partido en la región, el fiscal y el jefe regional de la NKVD) que decidía, sin posibilidad de apelación, la suerte del acusado. En la mayoría de los casos era fusilado o deportado.

Según los documentos hoy día accesibles, durante los años 1937 y 1938, fueron detenidas 1.575.000 personas; 1.345.000 (es decir, el 85,5%) fueron condenadas; y 681.692 fueron ejecutadas (cfr. Sthéfane Courtois, El libro negro del comunismo, pg. 221). A los asesinatos en masa habría que añadir los detenidos muertos en los campos de concentración (alrededor de 25.000 en 1937 y más de 90.000 en 1938).

Nueva visión de Stalin

Los crímenes de Stalin fueron reconocidos por Jrushchov en 1956 en un “Informe secreto” al XX Congreso del partido. Sin embargo, todavía hoy muchos rusos tienen una visión positiva de Stalin, como el hombre que dio estabilidad a la Unión Soviética y venció a los nazis en la II Guerra Mundial.

Sin negar los crímenes de Stalin, una nueva guía para profesores de secundaria, Moderna historia de Rusia: 1945-2006, lo presenta como un autócrata en la línea de otros gobernantes fuertes rusos, como Pedro el Grande, o extranjeros, como el canciller Bismark que reunificó Alemania con mano de hierro.

Stalin, afirma la guía, “siguió la lógica de Pedro el Grande: pedir lo imposible al pueblo para lograr el máximo posible. El resultado de las purgas de Stalin fue una nueva clase de gestores capaces de resolver la tarea de modernización en condiciones de escasez de recursos, leales al poder supremo y sin falla desde el punto de vista de la disciplina en la ejecución”.

A la hora de hacer balance de la era de Stalin, la guía advierte que se presta a controversias. “Por una parte, se le considera uno de los líderes con mayor éxito de la URSS.” En su haber pone la expansión del territorio nacional; la victoria en la II Guerra mundial; la industrialización del país, la construcción “del mejor sistema educativo del mundo”, la elevación de la ciencia rusa al grupo de los países de vanguardia; la consecución casi del pleno empleo...

Pero también señala que “muchos opositores denuncian que todo esto lo consiguió a través de una cruel explotación de la población. Durante su gobierno, el país sufrió varias oleadas de represión. El propio Stalin fue el iniciador y teórico de esta ‘agravación de la lucha de clases’. Enteros grupos sociales fueron eliminados (...) y masas de gentes bastante leales a las autoridades sufrieron bajo leyes severas”.

Esta visión de Stalin y otros enfoques de la guía han sido interpretados como un recurso para insuflar un nuevo orgullo nacional en Rusia, después de una época en que sobre todo se ha hecho hincapié en los desastres del comunismo. En una conferencia de profesores de historia en la que se presentó la guía, Vladimir Putin les dijo que las purgas estalinistas fueron una de las “páginas negras” de la historia de Rusia, aunque también advirtió que “en otros países ocurrieron cosas incluso peores” y que “ya es hora de dejar de avergonzarse”.

Firmado por Aceprensa Fecha: 29 Agosto 2007

Guantánamo es libertad

Aunque parezca increíble, Guantánamo es sinónimo de libertad para Amado Veloso Vega. Él repite que Guantánamo es el fin de una condena, la puerta a una vida mejor, el pasaporte a la libertad. Al menos para los cubanos de Cuba. “Yo vengo del infierno”, sentencia sin odio. Su tremenda historia lo confirma.

En 1992, Amado Veloso intentó huir de Cuba por la base naval estadounidense de Caimanera. Tenía 21 años. Su aventura comenzó de noche. Solo y a rastras. Como un gusano. Oculto para no ser visto. En silencio.

Todo iba bien hasta que rebasó el último muro cubano. Entonces dos bengalas iluminaron el cielo y quedó al descubierto. En ese momento pisaba zona neutral y legalmente no podían detenerle. Pese a ello, decidió no moverse hasta al amanecer. Ni respirar siquiera. Fue en vano. Tras las bengalas llegaron los balazos. Procedían de su propio país. Avanzó entonces con rapidez y terror, un terror eterno. Hasta que una mina –también cubana– se cruzó en su fuga. La explosión le aventó varios metros y la metralla se incrustó por todo el cuerpo. La peor parte se la llevó el alma. Bola negra. Veloso se rindió. ''La carne abrasada me colgaba de las piernas. Sangraba por todas partes”, recuerda. “El dolor era monstruoso”.

Todo iba a acabar allí, en tierra de nadie, pero los militares cubanos fueron a por su presa. Las mutilaciones eran tan atroces que le dieron por muerto. Sin embargo, el reglamento manda, así que le clavaron dos bayonetazos para confirmarlo. Un gusano menos. Después le arrastraron hasta la zona cubana. El oficial al mando ordenó al verlo que no le llevaran al hospital. “No merece la pena. Se desangrará por el camino”. Así que directo al depósito de cadáveres. En la morgue le arrojaron sobre una mesa de metal, pero un médico de urgencias vio que aún respiraba y le inyectó adrenalina para reanimarlo. Amado Veloso Vega sobrevivió.

No merecía la pena

La odisea sigue. Delirante. “Yo era un apestado por el intento de
fuga, un muerto viviente. Fui encarcelado dos años y, al salir, pedí unas prótesis para caminar de nuevo. Me dijeron que ese material sólo era para los militares cubanos heridos en misiones internacionalistas”. Entonces solicitó una silla de ruedas. La respuesta fue diferente y la misma: no hay sillas de ruedas para traidores. “Que te la compren los del exilio”, le espetaron.

Al final la libertad

Y eso fue lo que ocurrió. La Fundación Nacional Cubano Americana se enteró del caso y, tras mil peripecias, la silla de ruedas entró en Cuba. Sin
embargo, la Seguridad del Estado –fiel a su miseria– le cayó encima al descubrirlo. Registraron su casa y le interrogaron muchas veces. Al fin, tras una multa ejemplar, le quitaron la silla. “La recibirá alguien que le precise más que usted”, le dijeron con una sonrisa en la boca.

Amado Veloso Vega siguió adelante. Hizo de todo para comer y todo ilegal. Cuba no paga a traidores. En 2006, Amado escapó de nuevo con otros compatriotas. Era el cuarto intento, esta vez en una balsa. Algunos días después fueron descubiertos a la deriva en el estrecho de Yucatán por los guardacostas de EE.UU., que los arrestaron. Nuevo destino: Guantánamo. Esta vez del lado norteamericano, donde permaneció casi un año.

Hace unos días, Veloso llegó a EE.UU. con un visado humanitario gestionado por la Conferencia Episcopal norteamericana. En Washington ha contado su terrorífica historia, que es un ejemplo de coraje, tesón y deseo de ser libre. ''Ahora sé que mi sufrimiento valió la pena'', dice con sencillez. “Pagué un precio alto, pero fue el precio de la libertad''.

Ignacio Uría
16 de agosto de 2007Diario de Burgos