sábado, 10 de noviembre de 2007

La neutralidad engañosa

Toda sociedad necesita establecer un mínimo ético, deslindando la frontera entre moral y derecho. El problema surge a la hora de obtener los criterios para resolver si un determinado problema, por su relevancia pública, debe ser regulado por el derecho. Hoy día a menudo se intentan imponer sin debate soluciones ideológicas que se presentan como neutrales. Andrés Ollero, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), aborda este problema en una conferencia pronunciada en un reciente simposio sobre la objeción de conciencia. Ofrecemos un extracto.

No cabe imponer las propias convicciones a los demás. Tan tajante afirmación, a más de drástica, suena a perogrullada. ¿Qué es eso de pretender que todos piensen como nosotros? Analizado desde otro ángulo, más jurídico, quizá cambie el panorama. Si fuera imaginable una sociedad en la que cada cual pudiera comportarse con arreglo a su leal saber y entender, ¿sería necesario el derecho? (...)

El derecho existe precisamente para que algunos ciudadanos se comporten de determinado modo, pese a su escaso convencimiento al respecto. A quien está convencido de que la defensa de sus heroicos ideales políticos justifica generar muertes, de modo indiscriminado o selectivo, se le procurará convencer sobradamente de lo contrario con las penas oportunas. (...)

La democracia no es relativista

Ello es perfectamente compatible con el reconocimiento del pluralismo como “valor superior del ordenamiento jurídico (artículo 1.1 de la Constitución Española) (...) El derecho se presenta siempre como un mínimo ético, lo que excluye de entrada que los demás deban compartir nuestros más preciados maximalismos. Pero incluso ese mínimo ético deberá determinarse a través de procedimientos que no conviertan al ciudadano en mero destinatario pasivo de mandatos heterónomos. La creación de derecho deberá estar siempre alimentada por la existencia de una opinión pública libre, lo que convierte a determinadas libertades (información y expresión) en algo más que derechos fundamentales individuales: serán también garantías institucionales del sistema político.

Todo ello no implica relativismo alguno. La democracia no deriva del convencimiento de que nada es verdad ni mentira; que, para algunos, sí cabría imponer a los demás. La democracia se presenta como la fórmula de gobierno más verdaderamente adecuada a la dignidad humana y, en consecuencia, recurrirá al derecho para mantener a raya los comportamientos de quienes no se muestren demasiado convencidos de ello. La democracia no deriva siquiera de la constatación de que el acceso a la verdad resulta, sobre todo en cuestiones históricas y contingentes, notablemente problemático; se apoya, una vez más, en una gran verdad: la dignidad humana excluye que pueda prescindirse de la libre participación del ciudadano en tan relevante búsqueda.

(...) Cuando se identifica democracia con relativismo, se verá un enemigo en cualquiera que insinúe, siquiera remotamente, que algo pueda ser más verdad que su contrario. Lo más cómico del asunto es que –desafiando el principio de no contradicción– se convertirá así al relativismo en un valor absoluto sustraído a toda crítica. (...)

La religión, tabaco del pueblo

Para quienes muestran esta curiosa dificultad para hacer compatible democracia y verdad, el problema se agudiza cuando las verdades propuestas dejan entrever parentescos con las confesiones religiosas socialmente mayoritarias. Al debate sobre el relativismo se une ahora el principio de laicidad, que exige respeto a la autonomía de las instituciones temporales. Estado y confesiones conciernen al mismo ciudadano, pero tienen ámbitos de acción propios que deben verse beneficiados por una razonable cooperación entre poderes públicos y confesiones.

No ocurre así cuando la presencia de lo religioso en la vida social no se acoge con la misma naturalidad que la de lo ideológico, lo cultural o lo deportivo, sino que se le atribuye una dimensión de perturbadora crispación que lo haría sólo problemáticamente tolerable. Surge así el laicismo, con sus imperativos de drástica separación entre poderes públicos e instituciones eclesiales.

Quien se cierra a una visión trascendente de la existencia tiende a reducir a política, y a evaluar en términos de poder, todo el dinamismo social. La lógica autoridad moral que los ciudadanos tienden a reconocer a las confesiones religiosas se percibe como la pretensión de ejercer una potestad intrusa, no rubricada por los votos. El único modo de extirparla sería una forzada privatización de toda vivencia religiosa, que niega legitimidad a su presencia pública. Procedería pues enmudecer por perturbador a cualquier magisterio confesional, por permitirse ilustrar a sus fieles sobre cómo afrontar determinadas situaciones o problemas sociales.

Por supuesto, visto con ojos medianamente liberales la situación sería bien distinta. Para Rawls, por ejemplo, “en una sociedad democrática, el poder no público”, como el “ejercido por la autoridad de la iglesia sobre sus feligreses, es aceptado libremente”; “pues, dadas la libertad de culto y la libertad de pensamiento, no puede decirse sino que nos imponemos esas doctrinas a nosotros mismos”. Cuando algo tan elemental se olvida, la libertad religiosa desaparece en la práctica como derecho fundamental, para verse reducida a actividad privadamente tolerada. Se ha superado la vieja idea de que la religión sea el opio del pueblo, lo que obligaba a perseguirla; se pasa, en heroico progreso, a tolerarla como tabaco del pueblo: fume usted poco, sin molestar y, desde luego, fuera de los centros de trabajo...

Una extraña pareja

Laicismo y relativismo acaban componiendo una extraña pareja, porque los drásticos planteamientos del primero cobran un carácter absoluto difícilmente superable; pero el enemigo común une mucho. El relativismo rechaza toda justicia objetiva y el laicismo a quien se le ocurra predicarla. En otros tiempos se impuso más de una vez una teoría de los derechos de la verdad, que animaba de modo poco tolerante a negarlos a los equivocados.

Ahora se patenta una contrateoría simétrica: todo aquel que sugiera que hay soluciones objetivamente más verdaderas que otras, será tratado como autoritario; por muy abierta que sea su actitud subjetiva en la búsqueda y realización práctica de esa verdad.

Este maridaje acaba confundiendo el plano de la realidad (existen o no elementos objetivos) con el de su conocimiento (cabe conocerlos racionalmente, con más o menos dificultad). El pluralismo asume la dificultad del acceso a la verdad y, en consecuencia, da por hecho que caben caminos diversos para acercarse a ella y tiende a considerar provisional lo logrado. Con esta actitud está dando por supuesto, como hace también la ciencia, que existe una realidad objetiva que tiene sentido buscar; de lo contrario, sobrarían todos los caminos imaginables y tendríamos un definitivo mentís relativista al problema planteado.

Acuerdo fronterizo: público-privado

La frecuente vinculación de lo moral con lo religioso agudizará la dificultad del ya estudiado deslinde entre lo jurídico y moral; sobre todo en países donde la tensión entre clericalismo y laicismo no ha llegado a encontrar históricamente una respuesta equilibrada. Se tenderá a confinar lo religioso, incluidas sus propuestas morales, en el ámbito de lo privado; mientras, se reserva a lo jurídico un ámbito público concienzudamente depurado de su posible influencia.

Esta adjudicación, un tanto simplista, de la perspectiva moral al ámbito de lo privado y la jurídica al de lo público deja sin resolver el problema decisivo: cómo podemos trazar la frontera entre uno y otro; de dónde obtendremos los criterios para resolver si determinado problema, por su relevancia pública, ha de ser regulado por el derecho, o si cabe privatizarlo dejándolo al albur de los criterios morales de cada cual. (...)

El problema surge porque sólo partiendo de un determinado concepto del hombre, y de la inevitable traducción de éste en un código moral, cabrá deslindar qué exhortaciones morales merecen apoyo jurídico y cuáles cabría confiar a la benevolencia del personal; así como dictaminar que determinado problema reviste tal relevancia pública que el derecho no podrá ignorarlo, privatizándolo imprudentemente.

A la hora de abordar esta cuestión clave no cabe otra solución que determinar el ámbito de lo jurídicamente relevante, teniendo como referencia –de modo más o menos consciente– los perfiles de la justicia objetiva. Como los planteamientos antropológicos y morales que sirven de punto de partida no serán unánimes, siempre habrá quien no vea reflejado en el ordenamiento jurídico su propuesta de deslinde. Teniendo en cuenta las convicciones de todos, al final –se quiera o no– habrá que imponer a más de uno aspectos que personalmente no hace suyos.

Todos tienen convicciones

Tener en cuenta las convicciones de todos, equivale por otra parte a reconocer que todos tienen convicciones. El laicismo tiende a estigmatizar como tales sólo la de los creyentes, como si los demás tuvieran el cerebro vacío. Desde esta perspectiva se consolida una concepción discriminatoria del término convicciones, vinculándolo de modo exclusivo a aquellos juicios morales emparentados con posturas defendidas por determinadas confesiones religiosas.

Situados de nuevo ante la necesidad ineludible de trazar la línea entre lo jurídicamente exigible y lo moralmente admisible, el laicismo opta por tomar partido disfrazado de árbitro. Atribuirá de modo gratuito patente de neutralidad a sus parciales propuestas de no contaminación. Conseguirá así, con particular eficacia, imponer sus convicciones por el simpático procedimiento de no confesarlas; no porque se lo pueda considerar poco convencido, sino sólo por haberlas formulado desde presupuestos filosóficos o morales no abiertamente similares a los de una confesión religiosa. Se produce así una caprichosa atribución de neutralidad moral a propuestas harto discutibles; como si la frontera entre la fe y la increencia marcara a la vez otra entre la valoración o la inocuidad del juicio.

Característica de esta implícita discriminación, atentatoria a la libertad religiosa, es la propuesta de que el derecho se inhiba, optando por mostrarse neutral ante problemas particularmente polémicos. (...)

Obviar la polémica, presentando con aire neutral conductas que antes se habían visto rechazadas a golpe de juicio de valor, sería el modo más eficaz de contribuir al progreso y de vencer al oscurantismo. En realidad, lo que se está haciendo es sustituir un anterior juicio de valor, sometido a debate, por otro que, disfrazado de neutral, podrá ahorrarse toda argumentación. Parece obvio que al discutirse si los poderes públicos deben sancionar penalmente una conducta o dejar que cada cual haga de su capa un sayo, optar por lo segundo no demuestra neutralidad alguna; supone suscribir sin más la segunda alternativa. No parece exigir demasiado que, quien lo haga, haya de molestarse en argumentarlo.

La causa última del problema acaba quedando en evidencia: las ideologías de querencia totalitaria se muestran incapaces de soportar una convivencia entre autoridad moral y potestad política. Lo reducen todo a política, con lo que de camino atribuyen a ésta –como una expresión más de la soberanía– el derecho a imponer a todos los ciudadanos un código moral, que no siendo neutro neutraliza al vigente, invirtiendo así el juego democrático. (...)

Un mínimo ético nada neutral

Situados ante esta realidad, parece claro que sólo la existencia de un fundamento objetivo podría justificar que se llegue a privar de libertad a quien desobedezca normas no necesariamente coincidentes con sus convicciones. Similar presupuesto late bajo el principio de no discriminación, recogido en el artículo 14 de la Constitución Española: sólo la existencia de un fundamento objetivo y, en consecuencia, razonable justificará que pueda tratarse de modo desigual a dos ciudadanos. Lo de razonable rebosa de la inevitable ambivalencia de la razón práctica; se trataría de un fundamento racionalmente cognoscible, por una parte, y posibilitador de un ajustamiento de relaciones satisfactorio, por otra. Lo lógico y lo ético se acaban dando la mano en un planteamiento cognitivista.

No cabe solucionar el problema mediante el socorrido recurso al consenso. Descartado el posible juego de la razón práctica, el consenso no tendría ya nada que ver con verdad objetiva alguna, sino que pasaría a ser mera expresión de la superioridad cuantitativa de determinadas voluntades. Esa voluntad mayoritaria, falta de todo correlato objetivo, estaría en condiciones de imponer a las minorías una auténtica dictadura. Cuando, por ser la sociedad pluricultural, no cabe dar por supuesta voluntad unánime alguna, sería imposible salir de tal círculo vicioso.
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Andrés Ollero es catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid)

viernes, 9 de noviembre de 2007

Rajoy impone al PP un nuevo equipo que restará protagonismo a Zaplana y Acebes

El líder popular está dispuesto a hacer prevalecer su autoridad por encima de dirigentes y sectores para ganar las elecciones, lo que ha provocado un clima enrarecido en el partido

La elección de un escogido grupo de nuevos dirigentes como miembros del comité asesor del programa electoral del PP ha provocado una auténtica revolución interna en el seno de la dirección popular. Muchos en el partido ven en esta decisión la prueba definitiva de que Mariano Rajoy, en vísperas de las elecciones, está dispuesto a imponer su autoridad por encima de las presiones de dirigentes y sectores, sin temor ya a que la organización caiga en una crisis que intentó evitar durante todo el mandato. «Después del verano ha venido muy mandón», dice una de sus colaboradoras.

Los 16 miembros electos de este órgano de nueva creación fueron escogidos por el candidato a La Moncloa, que sólo ha tenido en cuenta para elaborar este listado las opiniones del coordinador del programa, Juan Costa. En sectores cercanos a Eduardo Zaplana y a Ángel Acebes cayó como una bomba la noticia y las presiones arreciaron sin que Rajoy cediera en su pretensión de ofrecer la cara de un 'nuevo PP' antes de que los ciudadanos se acerquen a las urnas, el próximo mes de marzo.

Zaplana sólo puede decir que colocó a la diputada por Valladolid, Ana Torme, porque Rajoy no le consintió que situara en el nuevo equipo a ningún parlamentario de la Comunidad Valenciana, como aseguran fuentes populares que intentó el ex presidente de la Generalitat.

Desde que se conoció su implicación en el pacto con los socialistas para presentar una candidatura alternativa a la oficial en la Caja del Mediterráneo, el líder del PP mantiene una distancia considerable con su portavoz parlamentario, que combina con una cercanía sin fisuras a su adversario político, el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, quien cuenta con dos dirigentes de su confianza en el nuevo comité.

Mientras en la calle Génova afirman que Zaplana vive su momento de mayor debilidad, fuentes parlamentarias restan importancia al nuevo comité y afirman que el portavoz no está interesado en tener presencia en el nuevo órgano. De hecho, la presentación pública del comité se hizo sin él y sin el número dos del partido, Ángel Acebes.

El malestar se instaló también en la sede central de la organización porque los secretarios ejecutivos pusieron el grito en el cielo cuando conocieron la noticia de que sólo algunos miembros del comité de dirección -Soraya Sáez de Santamaría, entre ellos- tendrían cabida en el nuevo grupo de asesores para el programa. En la dirección, para nadie es un secreto que el secretario general influyó de manera decisiva y logró la incorporación de todos los secretarios, aunque no tengan nuevos trabajos asignados por Costa. «Es comprensible que se enfaden. Ellos llevan tres años trabajando en esto y preparando papeles», explica uno de los elegidos por Rajoy, pero de larga trayectoria en el aparato del partido.

Decisión autónoma

«La elección del nuevo equipo es una medida absolutamente autónoma de Rajoy y los nombres los mantuvo en secreto hasta al último momento para ahorrarse problemas», explican sus colaboradores, que llaman la atención sobre el hecho de que el líder del partido se esfuerce ahora por elogiar públicamente la labor realizada por Acebes y Zaplana, en compensación por el golpe recibido.

«A Ángel hay que cuidarlo mucho y darle mucho cariño», dice un veterano miembro del 'aparato', que trabaja mano a mano con el secretario general, pero que admite la llegada de nuevos tiempos a la organización. Es de los que ven al presidente del PP con unas dotes de mando que no había exhibido hasta ahora y convencido de que el éxito electoral puede estar al alcance de su mano si acierta en los pasos a dar.

Al nuevo rasgo del candidato 'mandón' atribuyen sus compañeros de partido la caída de Josep Piqué, la advertencia de que hará personalmente las listas electorales en función de su conveniencia, el movimiento de banquillo con las nuevas caras del comité asesor del programa y el enfoque que dará al documento electoral.

M. IGLESIAS-COLPISA

domingo, 28 de octubre de 2007

La clave de la democracia: la ley natural

Si queremos que la democracia —el gobierno del pueblo, al servicio del pueblo y por el pueblo—, funcione debemos repensar el hoy y analizar por qué no se ajusta a la verdad de su esencia y de su objetivo; la clave nos la da Benedicto XVI con esta reciente afirmación: la ley natural o «la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre», es la que le permite distinguir el bien del mal y la que debe convertirse en antídoto ante el «relativismo ético», ante las ideologías que lo promueven. Para Benedicto XVI, es la ley natural el único fundamento de la democracia y el medio para que el humor de las mayorías o de los más fuerte se conviertan en el norte del bien y del mal.

Lo que ocurre es que no es fácil entender su naturaleza, ni aceptar su fuente, ni corroborar su identidad y eficacia: hoy sólo se acepta el poder, el equilibrio de fuerzas, o incluso la ley del talión; y esto no es humano, ni es justo, ni busca el Bien Común. La culpa de que la democracia no esté a la altura de sus expectativas la tiene esa mentalidad reductiva y reductora que construye lo que está bien y lo que está mal a su arbitrio y conveniencia; si todo es relativo la tolerancia y el respeto entre los hombres dependerá del sol que más caliente o de la luna que más influya, o lo que es lo mismo, la opinión de la mayoría que ostenta el poder pero no la razón ni el sentido común.

Más o menos como ocurre en España desde hace poco más de 3 años: existe un mal llamado consenso de una mayoría que ganó unas elecciones como consecuencia de un golpe de Estado e impone su juicio relativista para someter a toda una nación a una política totalitaria y nihilista; pero los españoles nos hemos plantado y desde numerosos sectores de la sociedad civil nos oponemos a los caprichos mesiánicos del Presidente del Gobierno. Las mayorías pueden equivocarse —ejemplos hay en la historia reciente y menos reciente—, y sólo han conseguido sus objetivos cuando han sido razonables, trascendentes y transparentes.

Y constituyen materia de la ley natural todas las políticas relacionadas con la dignidad de la persona humana, con la institución matrimonial, con los derechos de la familia y de la educación, con la justicia social, con la economía solidaria y no capitalista «casi salvaje», con el concepto del trabajo, con una vivienda digna, con el agua necesaria para todos y un largo etcétera: lo que es un bien para la persona y no un mal.

La ley natural comprende «que el Estado es subsidiario», no actor ni protagonista: existe para que el pueblo obtenga lo necesario, para que respete sus raíces y tradiciones, para que busque el Bién Común y no sólo de unos pocos que cuentan con una potente ayuda mediática para servir de altavoz a sus pretensiones. Y para nada más.

Marosa Montañés DuatoPeriodista. Presidenta mujeres periodistas del mediterráneo.
conoZe.com
22.X.2007

jueves, 25 de octubre de 2007

«Bienaventuranzas del político»

El Pontificio Consejo Justicia y Paz ha publicado las «Bienaventuranzas del político» formuladas por el siervo de Dios, el cardenal Van Thuân –quien presidió el dicasterio-- en 2002, año de su muerte. Estas propuestas las ha vuelto a presentar el cardenal Renato Martino --actualmente al frente de Justicia y Paz-- en su discurso del pasado 8 de octubre en La Plata (Argentina). Ofrecemos el texto.

1. Bienaventurado el político que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su papel.

El Concilio Vaticano II definió la política «arte noble y difícil» (Gaudium et spes, 73). A más de treinta años de distancia y en pleno fenómeno de globalización, tal afirmación encuentra confirmación al considerar que, a la debilidad y a la fragilidad de los mecanismos económicos de dimensiones planetarias se puede responder sólo con la fuerza de la política, esto es, con una arquitectura política global que sea fuerte y esté fundada en valores globalmente compartidos.


2. Bienaventurado el político cuya persona refleja la credibilidad.

En nuestros días, los escándalos en el mundo de la polí! ;tica, ligadas sobre todo al elevado coste de las elecciones, se multiplican haciendo perder credibilidad a sus protagonistas. Para volcar esta situación, es necesaria una respuesta fuerte, una respuesta que implique reforma y purificación a fin de rehabilitar la figura del político.

3. Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.


Para vivir esta bienaventuranza, que el político mire su conciencia y se pregunte: ¿estoy trabajando para el pueblo o para mí? ¿Estoy trabajando por la patria, por la cultura? ¿Estoy trabajando para honrar la moralidad? ¿Estoy trabajando por la humanidad?

4. Bienaventurado el político que se mantiene fielmente coherente,


con una coherencia constante entre su fe y su vida de persona comprometida en política; con una coherencia firme entre sus palabras y sus acciones; con una coherencia que honra y respeta las promesas electorales.

5. Bienaventurado el político que realiza la unidad y, haciendo a Jesús punto de apoyo de aquélla, la defiende.

Ello, porque la división es autodestrucción. Se dice en Francia: «los católicos franceses jamás se han puesto en pié a la vez, más que en el momento del Evangelio». ¡Me parece que este refrán se puede aplicar también a los católicos de otros países!

6. Bienaventurado el político que está comprometido en la realización de un cambio radical,


y lo hace luchando contra la perversión intelectual;lo hace sin llamar bueno a lo que es malo;no relega la religión a lo privado;establece las prioridades de sus elecciones basándose en su fe;tiene una charta magna: el Evangelio.

7. Bienaventurado el político que sabe escuchar,


que sabe escuchar al pueblo, antes, durante y después de las elecciones;que sabe escuchar la propia conciencia;que sabe escuchar a Dios en la oración.Su actividad brindará certeza, seguridad y eficacia.

8. Bienaventurado el político que no tiene miedo.

Que no tiene miedo, ante todo, de la verdad: «¡la verdad –dice Juan Pablo II– no necesita de votos!».Es de sí mismo, más bien, de quien deberá tener miedo. El vigésimo presidente de los Estados Unidos, James Garfield, solía decir: «Garfield tiene miedo de Garfield».Que no tema, el político, los medios de comunicación. ¡En el momento del juicio él tendrá que responder a Dios, no a los medios!



François-Xavier Card. Nguyên Van Thuân
ROMA, miércoles, 17 octubre 2007 (ZENIT.org)

miércoles, 24 de octubre de 2007

Nobel para el principio de precaución

Ningún otro galardón confiere mayor crédito de integridad y respetabilidad moral que el premio Nobel de la Paz. Desde ahora, Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos, ex candidato a presidente, ganador de un Oscar y adivino del cambio climático, ha ascendido al panteón de los pacificadores instaurado por Alfred Nobel, donde se reúne con lumbreras como Albert Schweitzer, el Dalai Lama, la Madre Teresa, Martin Luther King o Andrei Sajarov.

Sin duda, el Comité Nobel noruego se exponía a la polémica al laurear a Gore y al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Su fallo se ha interpretado como un corte de mangas a George Bush, un refrendo para una ciencia dudosa o un tributo a los verdes. Pero eso no es justo: el Nobel de la Paz siempre ha sido provocativo.

Lo singular del premio de este año no es la polémica, sino que los laureados no han hecho nada por la paz. La premiada en 2004, la keniana Wangari Maathai, también era una ecologista, pero al menos era una activista en favor de los derechos de la mujer. Por lo que respecta a luchar por la paz, Gore y el IPCC no han hecho ni pizca. Ni siquiera han hablado de hacer una pizca. Por tanto, el verdadero premiado de 2007 es el “principio de precaución”: algún día podría pasar algo terrible en algún sitio. Así se desprende del comunicado de prensa del Comité:

“Unos cambios climáticos de amplio alcance pueden alterar y amenazar la condiciones de vida de gran parte de la humanidad. Pueden provocar grandes flujos migratorios y estimular la competencia por los recursos de la Tierra. Tales cambios supondrán una carga especialmente pesada para los países más vulnerables del mundo. Es posible que aumente el peligro de conflictos violentos y guerras, civiles o internacionales” (la cursiva es nuestra).

¿No tiene algo de insensato canonizar el principio de precaución? Lástima que el pobre Immanuel Velikovsky (1895-1979), el autor del bestseller Mundos en colisión, muriera demasiado pronto. Habría podido alcanzar el panteón por advertir a la humanidad del peligro de los impactos de asteroides. Imagínense la tormenta política que se puede formar si un asteroide aplasta la ciudad de Oslo.

Hoy día nos acechan tantas catástrofes. Por todas partes se ven desastres que amenazan traer nuevas violaciones de derechos humanos, mayor competencia y guerras. Las espantosas consecuencias de la epidemia de obesidad, la paidofilia, la epidemia de depresión, la pérdida de biodiversidad, la discriminación contra los homosexuales, el fundamentalismo religioso y no usar el hilo dental son amenazas que el comité del Nobel de la Paz podría considerar.

Conceder el Nobel por prevenir desastres que podrían ocurrir es señal de que el comité está corto de ideas sobre la paz. No siempre fue así. En 1997 otorgó el premio a la Campaña Internacional para Prohibir las Minas contra Personas y a su coordinadora, Jody Williams. ¿Se ha quedado ciego a la larga lista de auténticas causas como esa: el tráfico de mujeres, el trato a los refugiados, los abortos forzados, la persecución religiosa? Seguro que quienes luchan contra esas tremendas realidades son personas que, como estipuló Nobel, “han hecho lo más o lo mejor posible por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción de los ejércitos permanentes y por la promoción de conferencias de paz”.

Quizás el problema básico del premio Nobel de la Paz es la filosofía que lo inspira. Presupone que se puede alcanzar la paz duradera mediante el activismo político y el progreso tecnológico.

Nobel era un escéptico en materia religiosa, un hijo de la Ilustración convencido de que el progreso tecnológico era el progreso humano. Creía incluso que la dinamita, el invento que le hizo rico, terminaría con las guerras. En 1891, 23 años antes de la carnicería de la I Guerra Mundial, escribió a la pacifista Bertha von Suttner que “tal vez mis fábricas pondrán fin a la guerra más pronto que sus conferencias: el día en que dos ejércitos pueden aniquilarse mutuamente en un segundo, sin duda todas las naciones civilizadas retrocederán con horror y licenciarán a sus soldados”.

El siglo XX ha desmentido una y otra vez esa insensata previsión. Premiar a los que denuncian el cambio climático no hace sino perpetuar el error de pensar que puede haber paz duradera sin una idea clara de justicia y una noción común de la verdad.

Firmado por Michael Cook Fecha:
17 Octubre 2007

martes, 23 de octubre de 2007

La memoria que separa

Ante el desbloqueo de su tramitación parlamentaria, otra vez está sobre el tapete la memoria histórica. De la que, como sucede con el colesterol, y aunque algunos lo nieguen, existen dos: una buena, la que une, que en aras de la salud social debe potenciarse, y otra perniciosa, la que separa, cuya difusión hay que controlar para evitar sus daños, entre los que se hallan los trombos que obstruyen la convivencia, y los infartos que matan la concordia.

Ambas han existido siempre en todas las sociedades, aunque la segunda solo en la España de nuestros días ha sido oficializada con promoción institucional y dinero público, pese a que sus objetivos no tienden a la concordia ciudadana ni al interés general, sino a intereses partidistas. Justificada con argumentos de demagógico sentimentalismo que han llegado a confundir a cierta gente de buena fé. Y desempolvada después de treinta años de concordia tras la transición que se inició en 1975. Lo que indica que su propósito no es honrar a muertos ignorados, que eso pudieron empezar a hacerlo entonces, sino el oportunismo político. Que una cosa es la obra de misericordia de enterrar a los muertos, y otra muy diferente desenterrarlos para atizar con ellos a la gente en la cabeza como si fueran garrotes.

Tan parcial iniciativa ha suscitado fuerte rechazo en mucha gente que estima que lo mejor que se puede hacer con los muertos es dejarlos descansar en paz, y no utilizarlos como arma arrojadiza setenta años después de su muerte. Porque la memoria hay que ir aliviándola de contenidos, ya que si se pretende conservarlos todos, éstos acaban por aplastar.

Algunos desavisados preguntan: ¿Pero qué se entiende por memoria histórica buena o memoria histórica mala? Mas la cuestión no es qué se entiende, sino qué es cada una de ellas según su naturaleza. La memoria histórica a secas, aunque ahora, para distinguirla de la otra, haya que llamarla memoria histórica buena, es la que evoca y analiza con objetividad el pasado para tomarlo como referente de identidad y pauta de actuación cara al futuro. Asumiéndolo y recordándolo como fue, no con criterio selectivo, según a cada uno le hubiera gustado que fuera. Todo, no solo lo que interese a una facción según las circunstancias. La que asumiendo las luces y las sombras de dicho pasado, fundamenta sobre el mismo una idea de patria, establece referentes de identidad, potencia el orgullo de pertenencia a la nación, refuerza su unión, aprieta la solidaridad entre sus miembros, y cimienta el sentido de la convivencia. La que hace vibrar ante los momentos gloriosos y los símbolos comunes. La que insiste en lo que identifica y une, y no en lo que disgrega y separa. La que, como en las familias, establece fuertes lazos de integración, solidaridad y orgullo de pertenencia, y hace que la mancha de un desfalco cometido hace diez generaciones no sea razón para renegar de la estirpe, ni para continuar buscando imputaciones de responsabilidad cien años después.

Frente a ella, la memoria histórica mala es la que pretende dar la vuelta al pasado para reavivar sus peores momentos. La que presenta los hechos con criterio selectivo, tergiversa lo ocurrido, y pretende reescribirlo. La que arranca de premisas falsas. La que hurga en lo que separa en lugar de potenciar lo que une. La que se alimenta del rencor. La que ve a la sociedad dividida entre «nosotros y ellos». La que, como en los lugares más remotos de la geografía profunda, no olvida las afrentas centenarias ni descansa hasta lograr el desquite.

La que, por recurrir a un símil elemental pero expresivo, impide a los apasionados viscerales del equipo rojo olvidar que hace un siglo el equipo azul les ganó por goleada el partido decisivo arrebatándoles la Copa, y hace que cien años después sigan manteniendo la sangre encendida y el encono vivo contra la directiva, el entrenador, los jugadores, el árbitro, la federación, y hasta los masajistas del equipo vencedor, sin asumir una derrota que todavía no han podido encajar, y que les escuece en lo más hondo, pero que no hay quien borre.

La que hace imposible olvidar un acontecimiento adverso y asumirlo como algo del pasado, archivado ya por la historia. La que atribuye el fracaso no a que su equipo fue peor, sino a artimañas y trampas que les robaron el partido, ignorando el caos en que sus filas estaban inmersas cuando salieron a jugar, como consecuencia de la falta de autoridad y el desorden que los atenazaba desde que el club entró en competición tras eliminar, ellos sí, antirreglamentariamente, al equipo precedente. La que conserva vivos, pese al tiempo transcurrido, los resentimientos y el encono. La que un siglo después exige la revisión del resultado y pone en cuestión el reglamento y la actuación del árbitro, para demostrar que les robaron el partido y los vencedores fueron ellos. Los que pretenden que la realidad se vuelva del revés. Que se descalifique e imponga sanciones a quienes ganaron, y su victoria se convierta en derrota digna de cárcel. En definitiva, la que pretende cambiar la historia.

La que, y esto es lo peor, envenena el presente con la presentación manipulada del pasado, haciendo que los descendientes en quinta generación de los seguidores del equipo perdedor de hace un siglo, continúen viendo como enemigos irreconciliables con los que no hay nada en común, y de los que hay que vengarse, a los descendientes en quinta generación de los seguidores del equipo que hace un siglo los echó de la Liga.

Y la que, para mayor escarnio, pretende todo eso en nombre del espíritu deportivo, los principios olímpicos, y la concordia en la competición. Y además lo paga con dinero público.
Esa es la memoria histórica mala que tan perniciosa resulta para la salud de un pueblo. La que ya ha provocado varios peligrosos amagos de infarto a la sociedad española. La que si antes no se aplica el remedio de la sensatez, acabará en el colapso definitivo de la concordia entre los españoles.

Alberto González Rodríguez
Hoy
10.X.2007

lunes, 22 de octubre de 2007

Progresismo

Hay que reconocer que la izquierda tiene una inmensa capacidad para manipular el lenguaje poniendo en circulación palabras-mito, que mucha gente repite estimándolas como «políticamente correctas». Una de estas palabras es «progresismo» Ser progresista es bueno, aunque el que así se auto titula no tenga nada claro en que consiste tal cosa, salvo para afirmar que es progresista porque es de izquierdas y es de izquierdas porque es progresista. Un gobierno de progreso es el ideal democrático al que aspira la izquierda y los nacionalistas, aunque muchos de ellos no sean, ni hayan sido jamás, de izquierdas.

Por eso sería bueno que tratáramos de ver lo que se esconde detrás de estas palabras de contornos actualmente vagos y nebulosos. La idea del progreso ha tratado de sustituir a la fe en la providencia, como mano invisible que orienta e impulsa el desarrollo de la humanidad a través de la ciencia en un ascenso imparable. La idea de un progreso indefinido pienso que está en crisis desde que empezamos a hablar de desarrollo sostenible y tuvimos conciencia del costo que representaba y del peligro de que podemos acabar con la vida en el planeta, cada vez más publicitada con teorías sobre el calentamiento global, o la destrucción de la capa de ozono o una nueva glaciación.

Unida la idea del progreso al marxismo, al capitalismo o a los distintos tipos de socialismo, se ha ido ofreciendo como solución política a todos los problemas de la humanidad, en una especie de optimismo antropológico desmentido una y otra vez, dejando en su camino millones de victimas. Aunque la ciencia haya mejorado las condiciones de vida de gran parte de la humanidad, las diversas ofertas políticas no ha resuelto los problemas de libertad, igualdad y fraternidad de todos los hombres, aunque unas hayan conseguido éxitos limitados y otras, fracasos estrepitosos. Tampoco está nada claro que haya habido un progreso moral global, pues al lado de grandes esfuerzos por paliar el mal y el dolor y encontrar la felicidad, siguen «progresando» formas perversas de dominación, de terrorismo, de inseguridad, de genocidios...

Cuando aquí, en España, hablamos de progreso y de progresismo ¿de qué hablamos?

¿De democracia? Para los progresistas la democracia se invoca como un absoluto legitimador de cualquier cosa, pero que se concreta en votar cada cuatro años unas listas cerradas y bloqueadas, confeccionadas por los partidos que buscan obtener el poder a cualquier precio, como se puede comprobar en los pactos y componendas que siguen a cada elección. Se oponen a una reforma electoral por respeto, dicen, a las minorías, pero vejan e insultan a todas horas al Partido Popular que representa a muchos más españoles que todas las minorías juntas.

¿De los derechos humanos? Pero en lugar de defenderlos en el mundo, se inventan otros nuevos, de consumo interno, para demostrarse a sí mismos lo progresistas que son: matrimonios homosexuales, paridad, divorcio exprés, liberalización del aborto, eutanasia, investigación sobre embriones, etc. etc.

¿De libertad? No parece que crean mucho en ella los que impiden a los padres educar a sus hijos en sus propios valores e imponen una asignatura obligatoria para formar la conciencia de los jóvenes, educar sus sentimientos, orientar sus opciones afectivas y sexuales. Al mismo tiempo amenazan a los que objetan este engendro de asignatura.

¿De tolerancia? A través de ella se busca la aceptación del relativismo, de que todas las ideologías, doctrinas y religiones tienen el mismo valor. Pero estos tolerantes son absolutamente intolerantes con cualquiera que no piense como ellos.

¿De políticas sociales? Las Comunidades Autónomas que llevan más tiempo sufriendo gobiernos progresistas y de izquierda ocupan siempre los últimos lugares del ranking nacional. Sobran los comentarios.

¿De política nacional? Lo progresista es compartir las ideas disgregadoras de nacionalismos, que pueden ser de todo menos progresistas, pues invocan los derechos de territorios antes quede personas, historias manipuladas, falsos victimismos para negarse a la solidaridad. Los progresistas, quizás no todos, están dispuestos a destruir España para luego volver a edificarla, pero sin planos ni proyectos. Destruir es fácil, pero construir lleva siglos.

¿De política internacional? Ser progresista es ser antinorteamericano, amigo de Fidel Castro, de Hugo Chávez o de Evo Morales. Hablar de la alianza de civilizaciones y contar cada vez menos en Europa y en el mundo. Seguir utilizando la guerra de Irak para atacar al PP y manteniendo soldados en otras guerras.

¿De historia? Quieren eliminar la reconquista y reeescribir lo ocurrido entre 1931-1939 al estilo orwelliano de 1984. Para esta reescritura siempre encuentran a mano a asalariados dela pluma o el ordenador.

He leído en algún lado que el progresismo es la enfermedad senil de la izquierda, idea que Comparto. Quién quiera ser progresista ¡allá él! Yo, desde luego, no.

Francisco Rodríguez BarragánMiembro del Movimiento Familiar
Cristiano
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16.X.2007

domingo, 21 de octubre de 2007

Clima, paz y vida

El premio Nobel de la Paz 2007 ha sido asignado al ex-candidato a presidente de los Estados Unidos, Al Gore, y al Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (en inglés, Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC), un órgano de estudio que depende de las Naciones Unidas.

Dejemos de lado un juicio sobre la oportunidad de este reconocimiento. Queda claro que con el mismo se busca dar un significativo espaldarazo a quienes piden una intervención urgente, a todos los niveles, para salvar el clima del planeta.

Por eso resulta oportuno, a raíz de esta asignación, reflexionar sobre estas tres palabras: clima, paz y vida.

El clima resulta una condición básica para la conservación y buena calidad de la vida. Algunas formas de vida se desarrollan mejor en climas calientes, otras en climas fríos, otras en climas templados. Según sea la rapidez y radicalidad de los cambios climáticos, algunos vivientes desaparecerán. Al mismo tiempo, aunque no es algo seguro, surgirán nuevas formas, o viejas formas de vida «conquistarán» territorios que antes resultaban inhóspitos para ellas.

Más compleja es la relación que exista entre clima y paz. Podríamos describirla desde los dos extremos: cómo la paz puede promover un clima mejor, y cómo un clima optimal ayuda a mantener la paz.

Respecto a lo primero, y de forma breve, es claro que la paz puede ser promotora de climas más saludables. La industria bélica de los últimos siglos ha desarrollado un arsenal militar capaz de dañar en pocos segundos y a largo plazo zonas muy extensas de territorio. Las consecuencias serán muchas veces muy graves para la salubridad ambiental de esas zonas e, incluso, de todo el planeta. Se producirán, al mismo tiempo, alteraciones imprevisibles respecto al clima local y mundial.

Respecto a lo segundo, podemos señalar lo siguiente. En el pasado, como en el mundo actual, ha habido cambios climáticos que causaron sequías y hambres, con los consiguientes movimientos de población. Masas humanas que deseaban encontrar agua y comida entraron en contacto con poblaciones de otros lugares y provocaron conflictos más o menos graves. Los cambios climáticos pueden ser, por lo tanto, motivo de guerras sumamente dañinas.

La ONU, a través del grupo IPCC, realiza una labor de concientización sobre los potenciales peligros para la paz mundial que se derivarían del cambio climático. Esto supone tres cosas. En primer lugar, tener una visión científica adecuada acerca de hacia dónde se dirija y cuál sea la envergadura del cambio climático. En segundo lugar, individuar cuál sea la responsabilidad que los seres humanos tengan respecto al cambio climático, especialmente quienes viven en los países más desarrollados. En tercer lugar, conocer y afrontar las consecuencias previsibles del cambio climático, y las estrategias a poner en práctica para amortiguar daños y para evitar, en la medida de lo posible, acciones humanas que puedan agravar más la situación presente y futura.
A cualquier observador salta a la vista lo complejo que es llegar a conclusiones indiscutibles respecto de los tres ámbitos de investigación apenas mencionados. Existe, además, el peligro de una lucha de poder entre «lobbies» científicos por imponer la propia teoría sobre las teorías de los «adversarios», con la ayuda de medios de comunicación, de partidos políticos y de grupos financieros interesados en apoyar una u otra teoría.

Resulta, por lo mismo, urgente crear un ambiente de estudio sereno y serio para llegar a resultados válidos y convincentes sobre una temática que nos interesa a todos. De este modo será posible dejar de lado teorías defendidas durante décadas cuando tales teorías muestren enormes deficiencias en los estudios que parecían sustentarlas y sean superadas por investigaciones más avanzadas.

Nos queda ofrecer una ulterior reflexión sobre el tema de la vida en este contexto. Ya dijimos que cada forma de vida se desarrolla y conserva en un clima optimal. Defender y promover, a nivel local y a nivel terráqueo, la estabilidad climática se convierte en un imperativo ético sólo si apreciamos como algo bueno la existencia de las distintas formas de vida, la biodiversidad a nivel local y a nivel mundial.

Durante siglos hemos reconocido al ser humano un lugar especial entre los demás vivientes. Tal reconocimiento, sin embargo, es puesto en discusión por algunos movimientos y grupos ideológicos que consideran que hay «demasiados» hombres y mujeres en el planeta, que promueven la eliminación de seres humanos antes de su nacimiento (aborto) o en sus últimas etapas (eutanasia).

Es contradictorio, en nombre del clima y de la paz, mantener un silencio cómplice ante la eliminación indiscriminada de millones de hijos no nacidos, ante el hambre y las epidemias que causan tanto dolor entre lo más pobres de los pobres. No existirá verdadera paz mientras no trabajemos en serio por eliminar injusticias tan profundas.

En ese sentido, es no sólo auspicable sino urgente, y esperamos que no sea un sueño imposible, el que algún año el premio Nobel de la paz recaiga en tantos movimientos y grupos a favor de la vida que trabajan por los más débiles entre los seres humanos: los no nacidos, los ancianos, los enfermos. Desde el esfuerzo que realizan, y junto a ellos, será posible defender un clima que nos permita vivir en paz con las demás formas de vida. Sobre todo, será posible vivir en paz con nosotros mismos, porque aprenderemos a respetar a cada ser humano, grande o pequeño, nacido o no nacido, joven o anciano, siempre merecedor de ayuda y protección en un mundo que deseamos más justo y más dispuesto a acoger y amar a todos.

Fernando Pascual, LC. Doctor en filosofía por la Universidad Gregoriana.Profesor de Hª de Filosofía, Filosofía de la Educación y Bioética.
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16.X.2007

miércoles, 17 de octubre de 2007

Hacia las sociedades adoctrinadas por el miedo

Esta es la realidad que yo veo: Impera más el veneno del miedo que el bálsamo del conocimiento en el mundo. Lo irracional pierde toda conciencia como está pasando actualmente. Aunque el saber se considere un bien público a universalizar, todavía es accesible a una minoría en la territorialidad globalizada. Creo que lo será siempre, pero nunca ha levantado tantos muros. Los que amasan poder, que son los que tienen la llave de la instrucción, saben que la mejor manera de llevar a sus súbditos, de mentira en mentira, pasa por negarles la enseñanza que les capacite para el discernimiento. Es cierto que cuánta más ignorancia, más cobardía; y, por ende, mayor facilidad para inyectar fanáticas doctrinas. Olvidan estos avaros poderes que también crece el odio y que una venganza propia de un gallina intimidado es temible. Los efectos ahí están, golpeándonos la vista a diario. Las contiendas, fruto de la insensatez e inconsciencia, rayan el salvajismo como única manera de resolución a las dificultades de la paz.

Una sociedad golpeada por el pavor al terrorismo, al chantaje, a las guerras psicológicas que tanto abundan en la actualidad, acrecienta la incertidumbre, divide y adoctrina en el espanto. Si en verdad caminásemos hacia la sociedad del conocimiento, con lo que eso conlleva de libertad, seríamos más respetuosos los unos para con los otros. El diálogo sincero es la única doctrina que nos puede ayudar a salir de este laberinto de inseguridades. Y la mejor ley para quitarnos temores, sin duda, es la ley natural; porque es aquella que no aparece contaminada, o sea, adoctrinada por la arbitrariedad de un poder usurero o por unos engaños intencionados y partidistas. En consecuencia, el máximo afán y desvelo de toda la familia humana, que ha de ser inmenso en los que tienen responsabilidades públicas, ha de gravitar en promover la audacia, el valor, el temple necesario, para instruir en la maduración de la conciencia moral. Sin esa moralidad injertada en la vida, que es raíz de la propia vida, todos los demás progresos serán como un barco a la deriva; se tiene el barco del conocimiento, pero para nada sirve, porque no es ni extensivo como el mar ni libre como las olas.

No cabe duda de que vivimos un momento de recelo continuo, por mucho que nos quieran adoctrinar con otros goces de dominio y progreso que, por otra parte, no son tales y, en el caso de que lo fueran, permanecen en la boca de algunos privilegiados. Para empezar, lo de hacer el bien y evitar el mal, suele estar ausente en los guías del caminante. Lo que si suele aparecer en los caminos de la vida, son guindas deslumbrantes, castillos que nos seducen, sobre todo a mentes poco pensantes, que nos engañan y enganchan a disfrutar a tope. Muchas veces llega a costarnos la propia vida este loco hechizo. Los divertimentos actuales de jóvenes y menos jóvenes, de niños con padres irresponsables, bajo la escena de los baños de alcohol y drogas, saltándose la ley y al ordenamiento jurídico en pleno si fuese necesario, son un claro ejemplo de la mezcla perfecta para que lo real del drama supere a la ficción una semana y otra también. Con la doctrina de la ley natural, a la que no hace falta inyectarle el miedo sancionador de la norma positivista, la misma naturaleza humana pondría techo a lo que no es estético, perder el sentido del ser y no saber estar. Cuestión de conciencia o de vergüenza si quieren.

Los malignos adoctrinadores del miedo campean a sus anchas por el hábitat, desprecian la vida humana y si alguno implora la objeción de conciencia, para no seguir el juego, le ponen un candado en la boca; también queman signos y símbolos, que son valores de unidad y cultivos de un pueblo, ahorcando si es preciso a la verdad que los sustenta. Desde luego, un pueblo que camina con otro pueblo, y éste con otro, y el otro con éste como es propio en un mundo globalizado, requiere mentores investidos de legítima autoridad y de genuina ética, capaces de atajar el mal con medidas ejemplarizadoras que no tienen porque ser sólo represivas, han de ser asimismo rehabilitadoras y habilitadoras de revitalización moral, carácter que se imprime a la sombra del árbol de la vida.

Bajo un perpetuo temor viven las sociedades adoctrinadas por el miedo, que cada día son más. Los incendios bélicos, al igual que todo tipo de violencias, se contagian y máxime en un mundo crecido en armas y en experimentos atómicos que ponen en grave peligro toda clase de vida en nuestro planeta, también la artificial que propugna el controvertido investigador Craig Venter, involucrado en la carrera por descifrar el código genético humano. Lo que sí habría que desentrañar son los negocios sucios que generan este tipo de ensayos que germinan sin concierto, orden ni ética alguna, puesto que, en vez de ayudarnos a redescubrir la ley de la naturaleza que todos llevamos consigo por el hecho de ser persona en este mundo, nos la ocultan, encumbren y tapan, lo que en justicia si son fundamentos de una moral universal, perteneciente al gran capital estético de la sabiduría humana. Porque, además, la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en los adoctrinadores, sean gobernantes o vasallos. Bajo esa desesperación muda que es el miedo, no cabe otro pensamiento que vacunarse contra esa cruel angustia que produce estar a la expectativa de un mal que nos puede asaltar en cualquier esquina, a pesar de tantos agentes de orden para este descomunal desorden de rompe y raja. Por lo menos, aquí en España, por aquello de refrendar nuestra hispanidad de raza, pónganos a salvo Sr. Zapatero, usted que es el inventor de la alianza de civilizaciones, y que entre el miedo en el seguro como prestación social. Presupuéstelo, que se le adelantan. Esta ayudita en el votante, fijo que hace caja de votos.

Víctor Corcoba Herrero. Escritor, poeta, crítico literario y de arte, columnista especializado en temas sociales y de pensamiento
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8.X.2007

lunes, 15 de octubre de 2007

Nacionalismos y dignidad humana

El hombre es un ser histórico. Nace en una familia, aprende un idioma, se sumerge en una cultura, acoge la religión que le enseñan en casa o en la parroquia.

Desde su historicidad, cada hombre o mujer entra a formar parte de diversos grupos humanos. Desde el más íntimo y cercano, la familia, hasta el más amplio y universal, la humanidad.

Pertenecemos a distintos grupos gracias a algo común: la identidad humana. Desde ella podemos considerar a cualquier hombre, a cualquier mujer, como hermano nuestro, como co-partícipe de algo que une por encima de las diferencias.

Los distintos grupos de pertenencia mantienen su carácter sano y dinámico si no pierden nunca de vista esa común identidad humana. Así nacerá en cada uno el respeto al diverso, el compromiso por la justicia, la búsqueda del servicio, el amor sincero hacia los demás. Por el contrario, los grupos de pertenencia sufren serias patologías cuando atan a formas de agregación que fomentan la violencia y la intolerancia, cuando invitan al desprecio al diverso.

En el pasado y en el presente, palabras como «patria» y como «nación» (con sus riquezas y su complejidad) han sido y son asumidas como fuentes de integración o como motivo de desprecio. Convertir el nombre de una nacionalidad distinta de la propia en un insulto implica caer en un nacionalismo enfermizo, en una degeneración que es la antítesis más completa de lo que podríamos considerar un sano patriotismo.

Juan Pablo II, en su libro «Memoria e identidad» (pp. 87-88), explicaba la diferencia entre patriotismo (sano amor a la propia patria) y nacionalismo (una degeneración peligrosa) con estas palabras: «el nacionalismo se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los derechos de las demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor por la patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado».

La humanidad ha sufrido y sufre por guerras absurdas y choques culturales originados desde nacionalismos exagerados. El amor a la patria no puede convertirse en desprecio hacia el diverso. El verdadero diálogo entre las culturas y los pueblos pasa por cada corazón humano que comprende el valor de quienes comparten una común humanidad por encima de diferencias históricas, por más profundas y visibles que éstas puedan ser.

Reconocer la dignidad humana de todos, grandes o pequeños, nacidos o no nacidos, niños o ancianos, españoles o japoneses, es el paso necesario y urgente para sanear cualquier proyecto de integración nacional o internacional. Sólo así la humanidad cerrará páginas de historia llenas de sangre e injusticia para abrirse a horizontes de esperanza, justicia y paz.

Fernando Pascual, LCDoctor en filosofía por la Universidad
Gregoriana.Profesor de Hª de Filosofía, Filosofía de la Educación y Bioética.
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9.X.2007

domingo, 14 de octubre de 2007

Suspenso en tolerancia

El respeto y la tolerancia del discrepante es una asignatura difícil. A menudo los innovadores sociales apelan al pluralismo y a la diversidad para abrir espacio a sus ideas, pero, en cuanto consiguen un reconocimiento oficial, se descubren una vocación de inquisidor. No hace falta buscar ejemplos en regímenes autoritarios. Las democracias liberales proporcionan suficientes noticias cada día.

En Finlandia la justicia ha inculpado a un pastor luterano por negarse a concelebrar un servicio religioso con una mujer pastor. ¿Qué hace un tribunal civil juzgando una cuestión estrictamente religiosa? En Finlandia, como en otros sitios, la cuestión de la ordenación de mujeres ha dado lugar a no pocas polémicas. La Iglesia luterana la ha admitido, y hoy son mujeres uno de cada tres pastores. Cabe pensar que en esta situación lo más respetuoso con la libertad es permitir que cada pastor celebre su servicio religioso de acuerdo con sus creencias; que la mujer pastor pueda celebrar, pero que no imponga su presencia al que no quiere celebrar con ella.

Ari Norro, miembro de un grupo evangélico opuesto a la ordenación de mujeres, es de los que no quieren concelebrar con una mujer. Y por negarse a hacerlo ha sido denunciado ante los tribunales por discriminación.

“La ley no admite excepción”, dice el fiscal. “El código penal finlandés es muy estricto en la materia: no se puede imponer un trato distinto a una mujer en razón de su sexo”.

Pero la cuestión es si se puede imponer un trato uniforme en las normas que se refieren a cuestiones religiosas y las que se refieren a cuestiones civiles. Con esta imposición acabamos aplicando al ámbito religioso las reglamentaciones propias del ámbito laboral. Y, de ese modo, en vez de la separación de la Iglesia y del Estado, caemos otra vez en la injerencia, en este caso del poder secular en la órbita religiosa. Una sociedad verdaderamente pluralista es la que respeta la libre autonomía de instituciones que se rigen por las normas propias de su ámbito.

La inculpación del pastor confirma esa deriva intolerante del nuevo establishment: para justificar el cambio se invoca primero el pluralismo, y para imponer la uniformidad después se recurre al Código Penal.

Silenciar al discrepante

Excluir y silenciar al adversario es otro recurso para evitar la confrontación intelectual. Normalmente exige primero descalificar al discrepante, atribuyendo sus ideas a la fobia o al prejuicio, sin molestarse en contestarlas. A veces esto sucede en sitios como las Universidades, que deberían ser un foro abierto para discutir cualquier idea. Pero hoy lo políticamente correcto cuenta más que la libertad de expresión. Lo ha sufrido en sus carnes Lawrence Summers, eminente economista estadounidense, ex secretario del Tesoro y ex presidente de Harvard.

Cuando Summers era presidente de Harvard una vez se atrevió a decir que valdría la pena investigar por qué no había más mujeres que destacaran en matemáticas y ciencias. No decía que estuvieran incapacitadas para ello, sino que de hecho no había tantas mujeres excelentes en estos campos como en otros. Fue suficiente para que algunos se rasgaran las vestiduras por el hecho de que Summers se atreviera a suscitar una cuestión tan indelicada. Y el asunto no se ha olvidado.

Summers había sido invitado a pronunciar un discurso en una cena de la junta de gobierno de la Universidad de California. Pero algunos profesores izquierdistas protestaron alegando que Summers era el símbolo del “prejuicio racial y de género en la vida universitaria”. Y pidieron que se retirara la invitación. La junta de gobierno se plegó cobardemente a la imposición. Y en los mismos días en que la Universidad de Columbia se atrevía a escuchar al presidente de Irán, Ahmadinejad, la Universidad de California negaba la palabra a Lawrence Summers. Así, los que se consideran abanderados de la política de inclusión de todo tipo de minorías, imponen la exclusión en su propio territorio.

Censura gay

Cabría pensar que los que han sufrido la exclusión fueran los más interesados en promover la tolerancia y la diversidad. Pero en algunos casos parece más bien que recurren a las mismas armas que se utilizaron contra ellos. En España para impulsar su causa el movimiento gay ha apelado continuamente a la tolerancia, al respeto de las diversas orientaciones sexuales, a la libertad para que cada uno pueda expresar sus ideas y conductas sin vivir en la clandestinidad social.

Pero, ahora que no hay ninguna traba legal para sus pretensiones, la Federación que los agrupa (FELGTB) ha redescubierto la utilidad de la censura. Les ha irritado profundamente que el manual de la asignatura de Educación para la Ciudadanía de la editorial Casals mantenga que el matrimonio es solo la unión de un hombre y de una mujer, y que las uniones homosexuales no lo son. Esta idea les parece que “no se corresponde con el siglo XXI”. Aunque no debe de ser tan insólita cuando sigue vigente en casi todos los países del mundo, a excepción de unos pocos europeos y Canadá.

En cualquier caso, a la FELGTB no le basta que la legislación española sea una de las pocas que admite el matrimonio gay. Quiere que ningún libro de texto pueda ponerlo en duda y examinarlo críticamente. Por eso ha pedido que el Ministerio de Educación intervenga y ordene retirar el libro.

Ya que en la Educación para la Ciudadanía se trata de conocer los derechos y libertades ciuadadanas, la FELGTB debería recordar que la censura de libros está abolida en España, y que la Constitución reconoce la libertad de expresión y de cátedra.

Pero lo más significativo es que los que se presentaban como los campeones de la tolerancia y la diversidad intenten ahora imponer a todos sus propias ideas. Dentro de una apariencia de Locke han resultado tener un alma de Torquemada. Tal vez sea untrastorno de género.

Firmado por Ignacio Aréchaga Fecha: 10 Octubre 2007
Aceprensa.com

lunes, 17 de septiembre de 2007

El uso ideológico de los conceptos

Con alguna frecuencia, dependiendo del origen ideológico del transmisor, lo que teóricamente debe ser rechazado, en la práctica se convierte en una necesidad. Este fenómeno, ni es desconocido ni es reciente: es la metodología esquizofrénica que utilizan las ideologías cerradas para conseguir sus objetivos, que siempre están por encima de cualquier consideración moral.

Cuando la ideología contraria, porque siempre se actúa en clave de pensamiento bipolar, sostiene determinado programa o línea de acción política, la izquierda radicalizada se ve en la perentoria necesidad de defender la tesis contraria. Ahora bien, si es ella quien gobierna, existe una sospechosa varita mágica que convierte todo, todo lo que hace en algo por principio benefactor para la sociedad. Si se ejerce la tiranía, resulta que como se hace por el bien de los pobres, sea bienvenida, eso sí con otra denominación; si se trata de comprar armas, será por el bien de los pueblos y por la seguridad necesaria para preservar la paz; si se trata de utilizar el poder para perjudicar a los que no son de la cuerda, es para cumplir el programa electoral...

Es decir, la izquierda radical sigue gozando de esa patente de corso que le permite vivir en el limbo de la irresponsabilidad, quizás por la benevolencia de no pocos intelectuales que son incapaces de desprenderse de prejuicios y estereotipos de todos conocidos y por el complejo que acompaña a la derecha de pensar que la sensibilidad social, por ejemplo, todavía es patrimonio de la izquierda.

En mi opinión, mientras no pasemos del pensamiento único, cerrado, estático y no compatible de los maniqueísmos al pensamiento abierto, dinámico, plural y complementario en el que, con libertad, se pueda reconocer el acierto de una determinada política o lo atinado, si es el caso, de un proyecto de la oposición, seguiremos estancados en esa idea tan nociva como equivocada de que sólo de la propia formación pueden salir cosas buenas.

Como decía Canalejas, la razón no es de derechas o de izquierdas, es la razón, una facultad humana que debiera utilizarse más para la búsqueda integral del bienestar de los ciudadanos. Para que cale el pensamiento abierto y plural, es menester abandonar el odio, la división y el resentimiento, tantas veces producto de complejos o traumas no superados que aquejan, no sólo a las ideologías, sino también a las personas que tienen lastrada su capacidad de raciocinio por esa hemiplejia moral, expresión que Ortega y Gasset dedicaba a los ismos, a las ideologías cerradas, hoy todavía demasiado presentes entre nosotros.

Jaime Rodríguez-Arana MuñozCatedrático
de Derecho Administrativo Vicepresidente de la Asociación Internacional de Metodología Jurídica
Análisis Digital
11.IX.2007

domingo, 16 de septiembre de 2007

Pilatos y la democracia

Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia

El relato es sencillo, conmovedor y maravilloso. Pertenece al capítulo XVIII del Evangelio de san Juan. De la casa de Caifás, es conducido Jesús al pretorio, ante Poncio Pilatos, quien, al no ver culpa en Él, pretende que sea juzgado según la ley de los judíos. Y se produce una memorable conversación entre Jesús y el poderoso gobernador romano. En ella, el Maestro afirma que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo, y luego declara que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Entonces el gobernador romano pregunta: ¿qué es la verdad? Después apela al pueblo, y lo entrega para que lo crucifiquen después de lavarse, escépticamente, las manos.

La tesis de que la democracia se fundamenta en el relativismo moral es antigua. Al menos, se encuentra ya en el sofista Protágoras. Desde entonces ha reaparecido una y otra vez en el pensamiento occidental, hasta casi prevalecer en nuestros días. El gran jurista, pero pésimo pensador, Hans Kelsen, ha sido uno de sus más tenaces defensores. En su Esencia y valor de la democracia, comentando el inmortal pasaje, afirma que el plebiscito popular fue contrario a Jesús. Y concluye: «Quizás se objetará, objetarán los creyentes, los políticamente creyentes, que precisamente este ejemplo habla antes contra la democracia que a su favor. Y hay que admitir ese reproche; pero sólo bajo una condición: que los creyentes estén tan seguros de su verdad política —que llegado el caso también debe imponerse con la fuerza de la sangre— como lo estaba de la suya el Hijo de Dios». Difícil es equivocarse de manera más descomunal. El pasaje no habla de la democracia, sino de la verdad. Los creyentes, al menos los cristianos, no están seguros de su verdad política, sino de su verdad religiosa y moral. También se equivoca Kelsen al afirmar que Pilatos, como romano, estaba acostumbrado a pensar democráticamente, y que, por eso, apeló al pueblo. Ni Roma era ya una democracia, ni la apelación a los judíos era un plebiscito democrático. Lo que hace Pilatos es escudarse en el relativismo moral para quitarse problemas de encima y permitir la condena de Jesús. Lo que condena a Cristo no es la democracia sino, más bien, el relativismo moral. Acaso esto mismo ya prueba que no se trata de la misma cosa, ni de que uno sirva de fundamento a la otra. Por lo demás, Kelsen se refiere a Pilatos como a un hombre «de una cultura vieja, agotada, y por esto escéptica». El escepticismo es algo propio de una cultura decadente. También había afirmado un poco antes que «la democracia aprecia por igual la voluntad política de todos, como también respeta por igual todo credo político, toda opinión política, cuya expresión es la voluntad política». No; la democracia no respeta por igual todas las opiniones políticas, porque ella misma es una opinión política junto a otras, aunque más conforme a la dignidad y libertad humanas.

La raíz de su error se encuentra en la pretensión de que la democracia se fundamente en el relativismo moral. Si así fuera, carecería de fundamento consistente. Si la democracia encarna y asume valores, no puede fundamentarse en la inexistencia de valores. Un gran filósofo, Hegel, también se había referido, mucho más certeramente, al memorable pasaje evangélico en su Lógica. Al preguntar ¿qué es la verdad?, Pilatos lo hace como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe que no hay conocimiento de la verdad. «Y así, este abandono de la indagación de la verdad que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza. Pero pronto se ha visto a la indiferencia moral religiosa, seguida de cerca de un modo de conocer superficial y vulgar, que se arroga el nombre de conocimiento explicativo, reconocer, francamente y sin emoción, esa impotencia y cifrar su orgullo en el olvido completo de los intereses más elevados del espíritu». Nada es más falso que esa idea que pretende que nada podemos saber de lo eterno y absoluto. La dignidad del hombre radica en sentirse capaz de alcanzar las altas verdades. «La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad». ¿Qué es la verdad? Algo que puede ser alcanzado por la razón humana, si acierta a liberarse de la pereza y el prejuicio.

Ni la democracia se fundamenta en el relativismo moral, ni puede ella por sí misma determinar lo que es verdadero o falso. No hay estupidez comparable a la pretensión de excluir de la democracia a quienes pretenden conocer la verdad. Como si la democracia fuera un procedimiento para establecer verdades en el que la condición de la admisión fuera el reconocimiento de carecer de la verdad. Si nada es verdadero o falso en el orden moral, entonces no hay ninguna razón para oponerse a la condena de un inocente. Pero si la condena de un inocente es un mal absoluto, entonces no es lícito condenar a un inocente. Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia.

Ignacio Sánchez-CámaraCatedrático de Filosofía del Derecho.Periodista y analista político y cultural
La Gazeta de los Negocios
6.VIII.2007

lunes, 10 de septiembre de 2007

De Estado aconfesional a laico

La actitud del Gobierno con la Iglesia es más de laicismo que de aconfesionalidad

«Laico» es el término que los miembros del Ejecutivo suelen utilizar para indicar la posición del Gobierno con respecto a la Iglesia: nuestro país es un país laico. En cambio, es excepcional que mencionen la aconfesionalidad, que es el que figura en nuestra Constitución. Más de uno se habrá preguntado por qué esta preferencia de los términos laico y laicismo frente a aconfesionalidad. Yo me lo he preguntado y me he hecho las consideraciones que expongo a continuación.

Un término puede ser preferido a otro por alguna de estas cuatro razones: porque etimológicamente es el más apropiado, porque está de moda, porque es el utilizado en otros países, o porque tiene algún matiz que no existe en la expresión equivalente; matiz que, por otra parte, se quiere resaltar.

Etimológicamente, designar como laico a un Estado es poco afortunado. Laico es la expresión que se utiliza para referirse a los individuos que no han recibido las órdenes religiosas. Así se les distingue de los clérigos que sí las han recibido. Como es natural, el Estado no es persona y no se puede «ordenar», por lo que llamarle laico no tiene ningún sentido. La segunda razón parece de escaso peso, más bien está sucediendo lo contrario: el Gobierno es el que la pone de moda. La tercera y cuarta razón son las de más peso. Veamos. El término laicidad fue acuñado en Francia: allí la Constitución de la IV República se autodefinía como laica, definición que fue asumida por la Constitución de la V República, en 1958. En fin, me parece evidente que el término laicismo expresa algún matiz que se quiera resaltar. Volviendo otra vez a Francia, nuestro país vecino del que tanto copiamos, de allí no sólo se ha tomado el término, sino también su contenido.

En una Carta pastoral de 12 de noviembre de 1945, la Conferencia Episcopal francesa distinguía cuatro acepciones de laicidad: laicidad como autonomía del Estado en el orden temporal; laicidad respetuosamente neutral, en cuanto que el Estado permite que cada ciudadano practique libremente su religión; laicismo agnóstico y hostil, que quiere imponer su concepción materialista y atea de la vida, tanto a sus funcionarios, como en las escuelas del Estado y aun a la nación entera; y, finalmente, laicismo indiferente. Según esta última acepción, el Estado no se somete a ninguna ley moral superior, sino que reconoce como norma de acción la que es adecuada a sus intereses. En el citado documento se decía que las dos primeras acepciones estaban en perfecta conformidad con la doctrina de la Iglesia, mientras que las dos últimas eran inadmisibles.

La Constitución española, que se refiere no a la laicidad del país sino a la aconfesionalidad, parece estar en concordancia con las dos primeras acepciones porque dice: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones». Ahora bien, si se tienen en cuenta las relaciones del actual Gobierno con la Iglesia y las decisiones tomadas y las previstas, parecen estar más en la línea de las dos acepciones que la Conferencia Episcopal francesa consideraba inadmisibles. Como ejemplo voy a citar algunas: ampliación de la ley del aborto; utilización de las células madre embrionarias, con la subsiguiente supresión de vidas humanas; matrimonio entre homosexuales; divorcio exprés; la enseñanza de la religión, además de opcional, no se tendrá en cuenta en la valoración del expediente académico; suprimir las subvenciones a las organizaciones católicas que, por otra parte, están dirigidas al bien común (beneficencia, enseñanza); amenaza con suprimir el dinero que la Iglesia recibe a través de IRPF, etc.

Estas actuaciones del Gobierno han llevado a un hispanista, Stanley Payne, profesor de Historia en Wiconsin (EEUU), a afirmar sin rodeos que Zapatero busca la destrucción de la España católica, para lo cual promueve un laicismo radical, que recuerda la intención del PSOE en la Segunda República.

Estas consideraciones que acabo de exponer me llevan a la conclusión de que, para la concepción del Gobierno socialista sobre las relaciones Iglesia-Estado, la expresión laicismo es mucho más adecuada que la de aconfesionalidad.

La vieja estrategia

Es pura falsedad atribuir a la Iglesia católica española la pretensión de imponer a todos los ciudadanos sus creencias

La estrategia es casi tan vieja como el hombre: lavar la mala conciencia de uno atribuyendo al adversario las propias culpas. En lugar de plantear un auténtico debate entre quienes aspiran a defender la verdad, por cierto todos menos los casi inexistentes genuinos escépticos, se tilda al otro de cometer los propios errores. El anticlericalismo es cosa del pasado; lo de hoy es pues cristofobia, o, quizá más aún, propósito de hacerse con la exclusiva de la verdad, eso sí, laicista y mundana, y falsamente democrática.

El cristianismo no es antimoderno, sino premoderno. Pura cronología. La modernidad, como dijo Ortega y Gasset, es el fruto tardío de la idea de Dios. Por supuesto, del Dios cristiano. Difícilmente puede uno ser hostil a sus propios hijos. Otra cosa es que la modernidad revista dos formas: una correcta y otra extraviada. El cristianismo sólo se opone a esta versión extraviada de la modernidad. Es pura falsedad atribuir a la Iglesia católica española la pretensión de imponer a todos los ciudadanos sus creencias. No encuentro ni un solo texto o declaración episcopal que así lo justifique. Tampoco en la oposición a la asignatura de educación para la ciudadanía. Por lo demás, la oposición a la nueva asignatura obligatoria y forzosa dista de proceder sólo de ámbitos eclesiales, sino que es asumida por la oposición parlamentaria, que alberga casi a la mitad del electorado. Extraña cosa sería considerar fruto del consenso democrático a lo que es repudiado por la mitad, al menos, de los ciudadanos. Quien atribuye a la Iglesia católica española la intención de considerar como modelo a Irán, o miente o está equivocado de manera culpable.

Es imposible atribuir de buena fe a la jerarquía eclesiástica la voluntad de imponer por ley a todos los ciudadanos la educación según la fe católica. Por el contrario, lo que pretende es, invocando la Constitución, preservar el derecho de los padres a elegir la formación religiosa y moral de sus hijos. No se trata de imponer la formación moral y religiosa católica a todos, sino de permitir que la Iglesia proponga libremente su mensaje y pueda enseñarlo a aquellos que lo elijan. Pura cuestión de libertad. Libertad que vulneran quienes quieren imponer el laicismo obligatorio.

Por lo demás, tergiversando el genuino sentido de la democracia, exigen a los demás lo que ellos mismos no asumen. La democracia no excluye de su seno a quienes aspiran a conocer la verdad moral, pues ella no se ocupa de la moral, sino del derecho. Y, por cierto, ningún grupo ni partido político abdica de su pretensión de verdad. Al parecer, sólo se exige este sacrificio a los creyentes católicos. Lo que exige la democracia es la renuncia a imponer las propias convicciones mediante la fuerza de la ley, pero no la renuncia a las propias convicciones. El pacifista no tiene por qué renunciar a sus convicciones porque el Gobierno o la mayoría parlamentaria decidan algo contrario a ellas. Tampoco quien defiende la economía socialista o la escuela única y laicista. ¿Acaso sólo los católicos estarían obligados a semejante renuncia? Al parecer, para los nuevos torquemadas del laicismo totalitario, la verdad es el resultado del consenso al que lleguen quienes renuncien a la verdad.

La falacia de su pretensión se desenmascara en el mismo momento en el que pasan a la oposición. Entonces, la verdad ya no se encuentra en la decisión del Gobierno legítimo ni en la mayoría parlamentaria que lo apoya, sino en su pura ideología totalitaria. Es una estrategia tan antigua como falaz: los enemigos de la libertad se presentan como sus defensores.


Ignacio Sánchez-CámaraCatedrático de Filosofía del Derecho.Periodista
y analista político y cultural
La Gazeta de los Negocios
9.VIII.2007

jueves, 6 de septiembre de 2007

70 aniversario del Gran Terror estalinista

Una nueva visión de la historia rusa presenta a Stalin como un autócrata, que obtuvo éxitos con medidas crueles

Una gran cruz de doce metros fue erigida el 8 de agosto en Butovo, cerca de Moscú, para conmemorar a las víctimas del Gran Terror de Stalin, en el 70 aniversario del comienzo de las purgas. El aniversario coincide con la presentación de una nueva guía de la historia moderna de Rusia, que da una visión de Stalin como un autócrata, con éxitos y errores.

Las conmemoraciones del 70 aniversario han sido ceremonias a pequeña escala, organizadas por grupos religiosos o de defensores de los derechos humanos, sin que el gobierno haya tomado la iniciativa. La cruz fue erigida en Butovo, uno de los más célebres sitios de ejecución de la época, con una ceremonia religiosa de la iglesia ortodoxa, a la que asistieron unos centenares de personas.

Aunque hubo unos 25 millones de víctimas por hambre y represión durante los casi 30 años de la era de Stalin, el apogeo se alcanzó en los años 1937 y 1938, época conocida como el Gran Terror. La represión en masa fue una iniciativa decidida por la más alta instancia del partido comunista, el Buró político, y por Stalin en particular.

El objetivo era eliminar a todos los “elementos socialmente peligrosos”, categoría de contornos difusos. En principio, comprendía a todos los que en el pasado se habían opuesto a los bolcheviques (kulaks, antiguos funcionarios zaristas, ex miembros de los partidos antisoviéticos, sacerdotes, etc.). Después, la represión alcanzó a todo tipo de personas y colectivos de los que se sospechaba que podían oponerse a la línea oficial (miembros del partido, militares, intelectuales y científicos, personas que habían tenido algún contacto con el extranjero...). Incluso cinco miembros del Buró político y 98 de los 139 miembros del Comité central del PC perecieron.

Otro objetivo de las purgas era sustituir a la antigua burocracia civil y militar por otra nueva formada en el espíritu estalinista de los años treinta,

Los sospechosos eran detenidos; su caso era examinado por una troika (formada por el primer secretario del partido en la región, el fiscal y el jefe regional de la NKVD) que decidía, sin posibilidad de apelación, la suerte del acusado. En la mayoría de los casos era fusilado o deportado.

Según los documentos hoy día accesibles, durante los años 1937 y 1938, fueron detenidas 1.575.000 personas; 1.345.000 (es decir, el 85,5%) fueron condenadas; y 681.692 fueron ejecutadas (cfr. Sthéfane Courtois, El libro negro del comunismo, pg. 221). A los asesinatos en masa habría que añadir los detenidos muertos en los campos de concentración (alrededor de 25.000 en 1937 y más de 90.000 en 1938).

Nueva visión de Stalin

Los crímenes de Stalin fueron reconocidos por Jrushchov en 1956 en un “Informe secreto” al XX Congreso del partido. Sin embargo, todavía hoy muchos rusos tienen una visión positiva de Stalin, como el hombre que dio estabilidad a la Unión Soviética y venció a los nazis en la II Guerra Mundial.

Sin negar los crímenes de Stalin, una nueva guía para profesores de secundaria, Moderna historia de Rusia: 1945-2006, lo presenta como un autócrata en la línea de otros gobernantes fuertes rusos, como Pedro el Grande, o extranjeros, como el canciller Bismark que reunificó Alemania con mano de hierro.

Stalin, afirma la guía, “siguió la lógica de Pedro el Grande: pedir lo imposible al pueblo para lograr el máximo posible. El resultado de las purgas de Stalin fue una nueva clase de gestores capaces de resolver la tarea de modernización en condiciones de escasez de recursos, leales al poder supremo y sin falla desde el punto de vista de la disciplina en la ejecución”.

A la hora de hacer balance de la era de Stalin, la guía advierte que se presta a controversias. “Por una parte, se le considera uno de los líderes con mayor éxito de la URSS.” En su haber pone la expansión del territorio nacional; la victoria en la II Guerra mundial; la industrialización del país, la construcción “del mejor sistema educativo del mundo”, la elevación de la ciencia rusa al grupo de los países de vanguardia; la consecución casi del pleno empleo...

Pero también señala que “muchos opositores denuncian que todo esto lo consiguió a través de una cruel explotación de la población. Durante su gobierno, el país sufrió varias oleadas de represión. El propio Stalin fue el iniciador y teórico de esta ‘agravación de la lucha de clases’. Enteros grupos sociales fueron eliminados (...) y masas de gentes bastante leales a las autoridades sufrieron bajo leyes severas”.

Esta visión de Stalin y otros enfoques de la guía han sido interpretados como un recurso para insuflar un nuevo orgullo nacional en Rusia, después de una época en que sobre todo se ha hecho hincapié en los desastres del comunismo. En una conferencia de profesores de historia en la que se presentó la guía, Vladimir Putin les dijo que las purgas estalinistas fueron una de las “páginas negras” de la historia de Rusia, aunque también advirtió que “en otros países ocurrieron cosas incluso peores” y que “ya es hora de dejar de avergonzarse”.

Firmado por Aceprensa Fecha: 29 Agosto 2007

Guantánamo es libertad

Aunque parezca increíble, Guantánamo es sinónimo de libertad para Amado Veloso Vega. Él repite que Guantánamo es el fin de una condena, la puerta a una vida mejor, el pasaporte a la libertad. Al menos para los cubanos de Cuba. “Yo vengo del infierno”, sentencia sin odio. Su tremenda historia lo confirma.

En 1992, Amado Veloso intentó huir de Cuba por la base naval estadounidense de Caimanera. Tenía 21 años. Su aventura comenzó de noche. Solo y a rastras. Como un gusano. Oculto para no ser visto. En silencio.

Todo iba bien hasta que rebasó el último muro cubano. Entonces dos bengalas iluminaron el cielo y quedó al descubierto. En ese momento pisaba zona neutral y legalmente no podían detenerle. Pese a ello, decidió no moverse hasta al amanecer. Ni respirar siquiera. Fue en vano. Tras las bengalas llegaron los balazos. Procedían de su propio país. Avanzó entonces con rapidez y terror, un terror eterno. Hasta que una mina –también cubana– se cruzó en su fuga. La explosión le aventó varios metros y la metralla se incrustó por todo el cuerpo. La peor parte se la llevó el alma. Bola negra. Veloso se rindió. ''La carne abrasada me colgaba de las piernas. Sangraba por todas partes”, recuerda. “El dolor era monstruoso”.

Todo iba a acabar allí, en tierra de nadie, pero los militares cubanos fueron a por su presa. Las mutilaciones eran tan atroces que le dieron por muerto. Sin embargo, el reglamento manda, así que le clavaron dos bayonetazos para confirmarlo. Un gusano menos. Después le arrastraron hasta la zona cubana. El oficial al mando ordenó al verlo que no le llevaran al hospital. “No merece la pena. Se desangrará por el camino”. Así que directo al depósito de cadáveres. En la morgue le arrojaron sobre una mesa de metal, pero un médico de urgencias vio que aún respiraba y le inyectó adrenalina para reanimarlo. Amado Veloso Vega sobrevivió.

No merecía la pena

La odisea sigue. Delirante. “Yo era un apestado por el intento de
fuga, un muerto viviente. Fui encarcelado dos años y, al salir, pedí unas prótesis para caminar de nuevo. Me dijeron que ese material sólo era para los militares cubanos heridos en misiones internacionalistas”. Entonces solicitó una silla de ruedas. La respuesta fue diferente y la misma: no hay sillas de ruedas para traidores. “Que te la compren los del exilio”, le espetaron.

Al final la libertad

Y eso fue lo que ocurrió. La Fundación Nacional Cubano Americana se enteró del caso y, tras mil peripecias, la silla de ruedas entró en Cuba. Sin
embargo, la Seguridad del Estado –fiel a su miseria– le cayó encima al descubrirlo. Registraron su casa y le interrogaron muchas veces. Al fin, tras una multa ejemplar, le quitaron la silla. “La recibirá alguien que le precise más que usted”, le dijeron con una sonrisa en la boca.

Amado Veloso Vega siguió adelante. Hizo de todo para comer y todo ilegal. Cuba no paga a traidores. En 2006, Amado escapó de nuevo con otros compatriotas. Era el cuarto intento, esta vez en una balsa. Algunos días después fueron descubiertos a la deriva en el estrecho de Yucatán por los guardacostas de EE.UU., que los arrestaron. Nuevo destino: Guantánamo. Esta vez del lado norteamericano, donde permaneció casi un año.

Hace unos días, Veloso llegó a EE.UU. con un visado humanitario gestionado por la Conferencia Episcopal norteamericana. En Washington ha contado su terrorífica historia, que es un ejemplo de coraje, tesón y deseo de ser libre. ''Ahora sé que mi sufrimiento valió la pena'', dice con sencillez. “Pagué un precio alto, pero fue el precio de la libertad''.

Ignacio Uría
16 de agosto de 2007Diario de Burgos

lunes, 20 de agosto de 2007

Hombres de principios hoy


A veces hay que plantar cara y aguantar las represalias.Un rey frente al aborto, un ministro frente al homosexualismo, una chica de 16 años frente al adoctrinamiento... vivir con coherencia requiere coraje.

Lo trágico en una sociedad no es que falten verdaderos principios sino que no haya quienes estén dispuestos a vivirlos.

Por fortuna, hay seres humanos que han antepuesto la coherencia y unas convicciones nacidas del diálogo armónico entre la fe y la razón a intereses egoístas, al conservar el buen nombre, la reputación e incluso el puesto de trabajo o hasta entradas de dinero.

Balduino: el trono y el aborto

Uno de los ejemplos más conocidos que mejor denotan la personalidad política
y la autenticidad en la vivencia de sólidas convicciones lo tenemos en el rey Balduino. El rey de los belgas rechazó sancionar el texto legislativo que regulaba la introducción del aborto en su país. Entre el 3 y el 5 de abril de 1990 decidió suspender temporalmente el ejercicio de sus funciones porque estaba decidido a no firmar la ley aunque eso conllevará la renuncia al trono.

La decisión espoleó las conciencias, sí, pero también le ganó muchas críticas por quienes quisieron ver en su proceder un acto de intolerancia y falta de respeto hacia lo que una mayoría constituida legítimamente había decidido aprobar y él debía firmar. Poco le importó al monarca. Balduino hizo lo que todo político, lo que todo hombre de principios debía hacer: si la existencia sólo puede concebirse desde criterios morales conformes a unas convicciones, no pudo menos que asumir la situación con coherencia y negarse a firmar algo objetivamente malo aunque lo hubiese aprobado una mayoría por muy legítima y democráticamente elegida que estuviese.

La campaña contra Butiglione

Hace un par de años el caso de Rocco Butiglione llenó los diarios y programas de tertulias de un buen número de países, sobre todo europeos. Ministro italiano de asuntos europeos, había sido presentado como candidato para asumir la comisaría europea de Justicia y Libertades Públicas pero el Parlamento Europeo rechazo su candidatura a causa de unas declaraciones sobre la homosexualidad:

“Me preguntaron si yo creía que la homosexualidad es pecado y yo intenté no contestar, porque esa es una cuestión que no tiene trascendencia política y no se discute en el Parlamento Europeo, sino en un seminario filosófico o teológico. Y no contesté. Dije que era posible que yo pensara que la homosexualidad es un pecado, pero que eso no tiene ningún efecto político, porque yo estoy a favor de la no discriminación (…) Yo dije lo mínimo de lo mínimo que podía decir sin traicionar mi fe; quizás no soy un católico muy valiente, porque dije lo mínimo, pero no fue suficiente. Ellos querían que dijera que la homosexualidad no tiene ningún efecto moral negativo, y eso es una violación de la conciencia”.

Le costó el rechazo pero asumió las consecuencias de su fidelidad a sus convicciones. Declaría lo siguiente a Cristina López Schlichting de la cadena COPE:

“Yo quería ser comisario europeo porque creo que podía hacerlo muy bien y siempre he sido europeísta, pero en la vida hay cosas más importantes que la Unión Europea, y la conciencia es una de esas. Me pusieron en la necesidad de escoger entre mi puesto en la Comisión y mi conciencia, y creo que mi elección ha sido la justa. A Jerzy Popielusco lo mataron por su fe, yo he perdido solo un puesto en la Comisión Europea; no sé si Dios me hubiera dado fuerza suficiente para dar mi cabeza por mi fe, pero sí para dar un puesto en la Comisión Europea”.

Un presidente frente al chantaje

Un caso más reciente lo tenemos en el presidente de El Salvador, Antonio Elías Saca. Elías Saca ha reiterado su opción por la defensa de la vida además de recomendar a sus colegas latinoamericanos poner atención al magisterio de Benedicto XVI especialmente sobre la defensa de la vida y el papel y vocación del político católico. Yendo contra corriente, y muy a pesar de las presiones por implementar el aborto, Saca ha declarado que los salvadoreños son un “ejército que defiende la vida” además de reafirmar que se opone al aborto “porque el aborto es un asesinato y no podemos estar de acuerdo con él”.

Sus palabras le han ganado amenazas que van desde sanciones económicas a su país por parte del Banco Mundial hasta retirar programas de ayudas sanitarias y de alimentos por parte de algunos organismos de la Unión Europea.

Otro caso en América fue el del líder pro-vida mexicano Jorge Serrano Limón a quien el febrero pasado se llegó a acusar de malversación de fondos. A pesar de que las difamaciones le llevaron a los juzgados, a pesar de que le hicieron pagar una multa de poco más de 120 mil dólares, de que le retiraron las subvenciones y le inhabilitaron para ejercer cualquier cargo público, no ha cedido: continúa en la denuncia de quienes promueven el aborto.

El genetista Lejeune, fiel al juramento de Hipócrates

Aunque en otro campo, un gran ejemplo lo tenemos en Jerónimo Lejeune. Ferviente católico, padre de cinco hijos, profesor de genética en la Facultad de Medicina de París y descubridor del gen de la trisonimía 21causante del síndrome de Down, el hallazgo le mereció, por un breve momento, ser reconocido como uno de los científicos más prestigiosos del mundo y, de no ser por su postura pro vida, seguro acreedor del Nobel.

Su firme actitud anti aborto, radicada en profundas convicciones científicas y religiosas, le llevó al desprestigio y el ninguneo por parte de lobbys abortistas y buena parte de la comunidad científica mundial que veía en él un opositor a nuevas técnicas de experimentación que tomaban al hombre como conejillo de indias. Pero no medró ni un ápice. Fue propulsor y defensor en Francia de la Humanae Vitae de Pablo VI y de la Instrucción Donum Vitae sobre procreación artificial. En 1994, por sugerencia suya, Juan Pablo II creó la Academia Pontificia para la Vida de la que le nombró su primer presidente.

El doctor Ojetti, frente a la eutanasia

Más reciente es el caso del médico italiano Stefano Ojetti. En marzo pasado presentó su dimisión como consejero del Colegio de Médicos manifestando así su oposición a la decisión de sus colegas de hacer la vista gorda ante la eutanasia en Italia. En su carta dimitoria, el doctor Ojetti subrayó la convicción de que todo acto eugenésico está abiertamente en contra del juramento de Hipócrates y contra el código de deontología médica.

L´osservatore romano, el rotativo de la Santa Sede, le dedicó un elogio en la edición italiana del 4 de marzo: “El gesto de Ojetti merece la más elevada consideración y tiene un valor ejemplar para quienes ejercen la profesión médica”. Y agregaba: “Al mismo tiempo, es un deber añadir una palabra de aliento para quienes, dentro de los órganos de decisión del Colegio de Médicos, siguen con su batalla en defensa de la vida, valor que hoy es sumamente atacado”.

¿Conciertos "benéficos" con músicos pro-aborto?

Tener las ideas claras, jerarquizadas y en su lugar, también puede llevara a hacer lo que el arzobispo de St. Louis Missouri. Monseñor Raymond Burke renunció a la presidencia de la Fundación Infantil Cardenal Glennon por incluir en un concierto benéfico a la cantante Sheryl Crow, conocida proselitista a favor del aborto.

“Debo responder a Dios por la responsabilidad que tengo como arzobispo. Una institución católica en la que actúa una artista que promueve el mal moral da la impresión de que la Iglesia es inconsecuente con sus enseñanzas”. Y es que aunque alguno arguyó que no se trataba de ideologías sino de los niños, la presencia de una cantante como Crow era una afrenta a la identidad y misión de la fundación dedicada al servicio a la vida.

El arzobispo genovés y presidente de la conferencia episcopal italiana, Angelo Bagnasco, tampoco se ha dejado intimidar por las múltiples amenazas, incluso de muerte, por su postura de defensa a la familia y a la vida. Tras unas declaraciones en las que recordaba que no todo podía ser lícito so riesgo de caer en el relativismo, algunos grupos anónimos se han dedicado a pintar con amenazas e insultos la catedral genovesa y algunas calles de la ciudad. Pero Monseñor Bagnasco sigue firme en la defensa de la verdad, de la ley natural, aun a costa de la propia vida.

Con 16 años, al Estado: "a mí nadie me come el coco"

Pero lo de la defensa de los verdaderos principios no está reservado sólo a figuras públicas. Blanca María Ponce tiene 16 años y es la primera estudiante española que presenta una objeción de conciencia contra la asignatura “educación para la ciudadanía” impuesta por el gobierno socialista en España y ampliamente calificada como ideologizada. Como ella misma lo expresó: “Objeto porque quiero y porque puedo. Considero que a mí no me come el coco nadie, ni mucho menos el Estado. Creo que hay cosas que uno debe aprender en casa y no en el colegio…”.

Ha contado con el apoyo de su madre, doña Margarita, quien en entrevista al semanario Alfa y Omega ha dicho claramente “A mis hijos los educo yo”. “El Estado pretende que los niños tengan una sola idea, una sola forma de pensar, cuadricularles la mente y quitarles la libertad. Quiere crear un patrón único por el que todos los niños piensen igual y crean lo mismo, para mal. Esta es una intromisión en toda regla, y además un abuso de poder. Esto es un abuso, un atropello”, ha enfatizado.

Ciertamente todos estos casos, y algunos otros que podríamos haber tocado, deben animarnos a defender nuestros valores, los verdaderos. Es agradable recibir noticias de testimonios como estos que dan un respiro de aire fresco, abren los horizontes, nos dicen que no estamos solos y que todavía hay esperanzas. Pero lo mejor de todo no es la consideración banal de que sabemos que hay quienes viven así sino el llamado y la vivencia a la que nosotros también debemos comprometernos.

Es bueno que haya individuos de principios pero lo mejor sería una sociedad entera viviéndolos.


Jorge Enrique Mújica
ForumLibertas.com